La hecatombe económica | El Nuevo Siglo
Sábado, 17 de Febrero de 2024

*¿Y al presidente le importa?

* Piso o abismo es el dilema

 

La estruendosa cifra de crecimiento económico para 2023, rayana en la nulidad (0,6%) después del positivo dato anterior (7,3%), es particularmente demostrativa, por una parte, del éxito de la política de involución de la economía, predicada con ahínco por algunos agentes gubernamentales y, de otra, una expresión fehaciente de que el daño es bastante más grande frente a los vaticinios hechos por los expertos.

En cualquier caso, la realidad está ahí, apremiante, todavía peor, enquistada en la conducta gubernamental vigente y extraña que impide tratar a la economía como el máximo bien público de todos los colombianos, sin distingo. Lo cual continúa siendo un despropósito, en el que por supuesto se pierden las energías y se agota la vocación de futuro de la nación entera. Comenzando, claro, por el gobierno que ahora quizá pueda entender por qué, con la dramática barrena, inclusive aun en curso (basta registrar algunas cifras de este enero), perdió parte importante de sus propios recursos a cuenta de no haber comprendido que, sin una economía vigorosa o cuando menos en marcha, los recaudos tributarios que presupuestaba sufrirían una disminución significativa, en este caso nada menos que de 12,9 billones de pesos. El típico tiro en el pie.

De modo que, si bien los colombianos, tanto empresarios como particulares, hicieron un esfuerzo para cumplir con sus deberes impositivos, a pesar de las dificultades que ya se vivían en otros frentes, como la inflación (el peor de todos los impuestos) o el alza de interés por parte del Banco de la República para ponerla en cintura, no fue responsabilidad suya que no se alcanzaran los insumos monetarios pretendidos en los planes oficiales.

 De hecho, también late como una mácula irredimible de 2023 la baja ejecución presupuestal que, al igual que el minúsculo crecimiento económico alcanzado, se consagró con características históricas. Por tanto, es también a todas luces incomprensible que el gobierno que ha podido contar, gracias a que en principio el Congreso se doblegó ante su manifiesta delectación fiscalista, con el máximo monto posible en la historia de las reformas tributarias haya fracasado con estrépito en poner a circular y aplicar el nutrido tesoro recaudado.

Ni tampoco es factible aceptar, en su obcecación por la caja, las veladas advertencias presidenciales contra la Corte Constitucional por haber puesto tatequieto a algún rubro de la dicha reforma (y los que faltan) de cuenta de disposiciones apresuradas, antitécnicas, en suma, sacadas de la manga. Que en tal caso y por demás también terminaron por afectar, como era de esperarse, el grifo de recursos pretendido, dentro de los ajustes hechos en sana ley.

Todavía menos aconsejable para el país, desde luego, una administración dándose mañas por entrampar el presupuesto de 2024 con el dudoso fin de redimir la incompetencia y desencaje previos, por demás, con sospechas de politiquería y castigo ilegítimo por la paliza electoral inferida al gobierno en las justas regionales. Finalmente, esta semana se recurrió a una “fe de erratas” para subsanar los llamados yerros del decreto de liquidación presupuestal, pero en el aire quedaron flotando las espurias maniobras por fortuna denunciadas a tiempo. Esto, además, después de otro equívoco, por llamarlo así, de haberse pagado la nómina oficial mensual por dos o tres veces.

De su lado, 2023 no estuvo exento de procedimientos similares como la costosísima pantomima de los peajes. Pero, la verdad, en lo que más dejó ver sus orejas el gobierno fue en su otra manía: la entronización del estatismo y la persistente camorra y aislamiento de la iniciativa privada ante cualquier relación de Estado-empresas, de antemano calificada de impúdico negocio. Así, no podía darse más que la consecutiva e insólita afectación de la economía, cuyo bien intangible esencial, como se sabe, es la confianza.

Buena parte de la picada en mención se debe, ciertamente, a la ruptura de este tejido, arrasando, a gusto y regusto, con el sistema de las alianzas público-privadas, tan benéfico del bien común en muchos aspectos, como el de la salud, que todavía ocupa un lugar preminente en el mundo, pese a la reforma que la Casa de Nariño pretende por la puerta de atrás y en vista de que la que está en el Senado agoniza por carencia de concertación, después de sobrevivir en la Cámara en razón del repotenciado embadurne clientelista. En todo caso, cualquier decisión gubernamental, siempre tormentosa, siempre dudosa.

Para no hablar, en la misma medida, del drástico impacto que sufre la economía cuando la agenda rutinaria del gobierno es hablar de “enemigo interno”, “golpe blando”, “ruptura institucional”, con el adobo de incitar al levantamiento y el asedio contra las demás ramas del poder público, en fin, cualquier advertencia prepotente y cargante que a propósito erosione un amago de serenidad y reflexión, y al menos se asiente en la realidad, ya de por sí estremecida con la violencia, anarquía e inseguridad rampantes.

Mientras, por su parte, el jefe de Estado presume o aspira a vedette internacional… y el rancho ardiendo.

Bajo esa perspectiva, parecería casi un milagro que la economía no esté en peores condiciones. Aparte de las obvias fórmulas para la reactivación (ejecución presupuestal; control de la inflación -aunque rebaja de las tasas de interés-; plan de choque) y también de los tecnicismos de papel para camuflar la recesión evidente, la pregunta es una sola: ¿Y al presidente le importa? De su respuesta se sabrá si se tocó piso o apenas es el asomo del abismo. Es el dilema.