La exasperación Demócrata | El Nuevo Siglo
Viernes, 7 de Septiembre de 2018
  • Los espinillazos contra Trump
  • Erosión de la democracia de EU

 

Uno de los elementos mínimos del buen gobierno es la lealtad de los funcionarios para con el Presidente de la República. Mucho más, desde luego, los de su círculo más cercano y quienes le colaboran como ministros del primer anillo o consejeros cotidianos.

El diario afín al Partido Demócrata y de gran circulación estadounidense, establecido en Nueva York, decidió en estos días como parte de su cruzada contra el presidente republicano Donald Trump, publicar un artículo anónimo de un supuesto “staffer” de la Casa Blanca en el que aduce el agrio y volátil temperamento presidencial, como una amenaza a la seguridad nacional, y de forma altamente megalómana sostiene que las exitosas políticas adelantadas hasta el momento, en múltiples aspectos, se deben a sus auxiliares y no al Jefe de Estado. Por ello, sostiene el autor fantasmagórico, que algunos altos funcionarios estarían en disposición de utilizar una enmienda para revocar al Presidente o al menos neutralizarlo, evitando que firme documentos o haciéndose los de la vista gorda frente a sus directrices.

Es posible que el artífice del artículo publicado en la página editorial del periódico de Nueva York sea un egocentrista enfermizo. En todo caso, el panfleto fue de total recibo para el consejo editorial, que se reservó la firma y ni siquiera pensó en revelarla como fuente para cualquier eventual noticia que pudiera haber servido para una lejana información en las páginas internas.

Da grima, por supuesto, el nivel de apasionamiento y farandulerismo al que ha llegado la política de los Estados Unidos. Los Demócratas, tanto políticos como periodistas, están abiertamente desesperados con la positiva exposición de Donald Trump en las encuestas en materia económica, que lo señalan con una favorabilidad abrumadora en todos los sondeos. De hecho, cuando se hace la pregunta general para calificar el desempeño de Trump, el Presidente ha logrado un promedio de 42 por ciento de popularidad, ascendiendo en algunos puntos sobre el porcentaje de los últimos meses. Ambas circunstancias quieren decir que el mandatario ha venido ganando espacio y margen político hacia las elecciones parlamentarias, en noviembre próximo, donde busca mantener las mayorías Republicanas en las dos cámaras.

Nadie discute, ciertamente, la excéntrica personalidad de Trump. Pero asimismo es a todas luces evidente que los aúlicos del partido Demócrata han fijado su política, desde hace décadas, en tumbar a todo primer mandatario Republicano. No se trata, pues, de hacer oposición sino de generar los factores de ingobernabilidad que permitan, por decirlo así, ‘comer presidente’. Es decir, tumbarlo.

Así ocurrió con Richard Nixon, a principios de la década de los setenta, cuando finalmente dio un paso al costado al perder parte del apoyo Republicano en la Comisión de Acusaciones, luego de la intensa campaña de los periódicos Demócratas. Así volvió a acontecer con Ronald Reagan  cuando se quisieron reeditar los mismos episodios a través del ‘Irán-gate’, pero en esa ocasión el prestigio del Presidente impidió el “golpe de opinión”. No lo hicieron de la misma manera con George Bush Jr porque los ataques del 11 de septiembre obligaron, en principio, a una política nacional. Pero ahora, con Donald Trump, se pretende lo mismo que hicieron con Nixon y que trataron de repetir con Reagan.

Está, entonces, sabido que la política Demócrata ha consistido, durante ya un largo trayecto, en crear un “estado de opinión” favorable para remover presidentes Republicanos y recobrar las mayorías congresionales de manera abiertamente hostil y agresiva.

En su momento, ese “estado de opinión” Demócrata trató de desfigurar la personalidad de Nixon hasta volverlo un ser prácticamente distorsivo de la realidad. Con Reagan quisieron, de primera mano, caricaturizarlo por ser un sindicalista de los actores de cine. Y ahora a Trump, con todas sus excentricidades, le siguen la misma ruta de presionarlo para aducir, como hicieron desde la misma campaña presidencial por parte del entonces mandatario Barack Obama y la candidata Hillary Clinton, que está mentalmente inhabilitado para ejercer la presidencia de Estados Unidos. Es exactamente la misma dirección que sigue el artículo de marras, publicado por aquel periódico de Nueva York, al unísono de un libro de quien, ya avejentado, quiere revivir sus antiguas glorias en la caída de Nixon. La columna, por su parte, reconoce todo el tiempo los éxitos de Trump, pero los desestima, aduciendo que no representa el conservatismo del que, por ejemplo, hacía gala Jhon McCain. Falso de toda falsedad. Por el contrario, McCain llegó a cometer la gigantesca insensatez de haber escogido a Sarah Palin como su fórmula vicepresidencial, lo que en cierta medida da la dimensión de sus equívocos conceptos sobre el buen gobierno.

La política de tumbar presidentes, como norte programático esencial, desdice en toda la línea de lo que se supone la democracia más acendrada del orbe. Ojalá los Demócratas recuperen la cordura y se vuelva a épocas en las que hacer oposición no era una batalla campal de chismes y resentimientos.