El pesimismo como enemigo | El Nuevo Siglo
Miércoles, 6 de Abril de 2016

·       Los cien días del alcalde Peñalosa

·       La recuperación de la esperanza citadina

 

El pesimismo, en términos corrientes, es el estado de ánimo por medio del cual el mundo circundante toma un aspecto gris y negativo. Con ello las realidades cobran vigencia por su lado más desventajoso y se incide el ambiente con esa percepción corrosiva que se contagia paulatinamente hasta que se configura una manera de ser que todo lo vuelve melancólico y sin salida. Es lo que, a no dudarlo, viene aconteciendo en Bogotá, desde hace ya un tiempo prolongado, y que ha sumido a la ciudad en una depresión que nadie trata y que deteriora nocivamente la vocación de futuro.

 

El bogotano, por razón de su carácter, no es ciertamente del temperamento sanguíneo, dispuesto al optimismo y ver exclusivamente el lado favorable de las cosas. Lo que tampoco es bueno, pues un optimista en exceso suele salirse de las realidades tal y como se presentan. De todos es conocido, al contrario, que el bogotano es más bien un ser flemático, un poco distante, reservado y frío. Eso, que le permitiría un espacio considerable para la reflexión, está no obstante lejos del capitalino quejumbroso, irritable y hostil que hoy pulula como elemento social y que se ha vuelto parte de la encrucijada citadina.

 

En efecto, mientras en las demás ciudades del país a los alcaldes recién posesionados se les da un margen de espera y gozan del respaldo ciudadano, dejando atrás la época de la campaña electoral y concitando los consensos sociales, como puede observarse en las últimas encuestas, en la capital la erosión de la confianza está a la orden del día, desde la madrugada hasta el anochecer, sin darse cuenta la lesión enorme que ello causa en la formulación del colectivo urbano y la creación de una sicología tendiente a superar los problemas.

 

No pasa ello, por supuesto, en Medellín, Cali, Barranquilla y otras urbes, donde los problemas son similares y en algunos casos todavía peores. Allí se mantiene cierto orgullo provincial que, no solo sirve para enfrentar los retos cotidianos, sino que brinda una plataforma favorable para aspirar a una mejora en las condiciones esenciales de la ciudadanía. En muchos casos, inclusive, las campañas electorales han sido mucho más agresivas que la bogotana o se han ganado por márgenes estrechos. Pero aun así, finiquitado el trámite democrático, parecería todo el mundo dispuesto a que las cosas salgan bien y el alcalde respectivo acierte en favor de todos. En el distrito capitalino, por el contrario, pareciera como si la gran aspiración es a que fracasen las cosas o por lo menos a que se resuelvan en un dos por tres, sabido de antemano, sin embargo, que ello no puede ser así y que todo cambio, por más drástico y decidido, exige un proceso y un ajuste paulatino.

 

Nadie podría, desde luego, desestimar la crisis de los últimos tiempos como agente patógeno de la melancolía y el ánimo derrotista de los bogotanos. No en vano un ex alcalde está en la cárcel por corrupción y el siguiente fue removido y restituido al cargo, en ambos casos generando un desgaste estatal gigantesco y una multiplicación de los problemas. Pero esa herencia maligna, que lógicamente ha llenado de desesperanza a la ciudadanía, tiene que dejarse atrás, volver por el fuero de las instituciones y el orden, y recuperar el sentido de la cosas. Porque Bogotá, aun con todas sus vicisitudes, viene avanzando, no sólo en todos sus indicadores económicos y sociales, aún muy por encima del país, sino que por igual se destaca muy favorablemente, por ejemplo, en cultura e iniciativas de medio ambiente y, frente a otras ciudades colombianas, ha logrado morigerar las tasas de inseguridad que antes tenía. Desde luego, persisten retos en muchas áreas. Pero a hoy, sin duda, el gran problema es político. Esto, claro está, si se entiende que la política es el mecanismo por excelencia de orientación ciudadana, movilización de las ideas y los programas, y de recuperación de la esperanza.

 

Los cien días del alcalde Enrique Peñalosa permiten avizorar, a pesar de las encuestas, que la ciudad marcha en la dirección correcta, sensiblemente divergente al caos previo del gabinete discontinuo y la política pública hecha a pálpitos. Hay múltiples aspectos en salud, seguridad, educación, espacio público, metro, vivienda y otros más, ya en marcha. Eso está bien. Falta sin embargo más envergadura política, más explicación del modelo de ciudad que se pretende, mayor convocatoria social, una coalición mucho más activa, puesto que al alcalde se le ve bastante solo. Y es ahí, en esos intersticios, por donde se cuela el pesimismo: a hoy el más grande enemigo de la ruta crítica bogotana.