El arte de gobernar | El Nuevo Siglo
Martes, 5 de Abril de 2016

·       Un Gobierno que no hace política

·       El saldo pedagógico del “apagón”

 

Desde hace unas décadas viene quedando sentada la doctrina según la cual el ejercicio de gobernar se verifica la mitad del tiempo haciéndolo y la otra mitad explicándolo. La división de funciones está, pues, claramente delimitada y cuando falla una de las dos patas de la mesa, la acción gubernamental tiende a confundirse y a paralizarse en arenas movedizas. Mucho puede ejecutarse, pero si no se explica positivamente lo que se está haciendo, ante la opinión pública, todo el ejercicio falla. Y por el contrario, si se explica mucho, pero ello no está soportado en acciones estatales efectivas, el gobierno flaquea por igual.

 

Esto viene siendo así desde que los periódicos se generalizaron como instrumentos de debate público y luego aparecieron la radio y la televisión. La pedagogía política, la explicación de las ejecutorias administrativas, la constante comunicación sobre los proyectos de ley y los decretos, el énfasis permanente sobre la orientación del gobierno, son parte sustancial de lo que podría llamarse el “arte de gobernar”. Y que tuvo, de modo más reciente, acicate en la creación de encuestas y sondeos para medir la aceptación, tanto de la imagen presidencial, como de la favorabilidad o desfavorabilidad del gobierno de turno. Tales circunstancias, por lo demás, son aún más dicientes desde que surgieron recientemente las redes sociales y la comunicación en tiempo real a través de los nuevos aditamentos tecnológicos. Que, precisamente, aceleraron el mecanismo comunicativo, pero dejaron en firme y quizá constataron todavía más aquello de que gobernar es hacerlo en la misma medida que explicarlo.

 

Quiere decir, en primera instancia, que los hechos no se explican por sí mismos. Y al contrario de abandonar la dialéctica, fruto del rasero mediocre que en algunos casos se da en las redes sociales, de lo que se trata es de prohijarla, de darle mayor contenido al debate político y de cubrir cada rincón de las comunicaciones con todos los instrumentos a mano. Porque ciertamente espacio informativo que no se llena, dentro del mundo contemporáneo, inmediatamente es copado por otras agendas o las percepciones de los contrarios.

 

La conquista cotidiana de la opinión pública es, pues, un axioma insoslayable de la política moderna y lo es aún más para el Gobierno. Y eso, justamente, es lo que a veces no se entiende. Porque se cree que con solo emitir un decreto, o con llevar una ley al Congreso, es suficiente. Pero no es así. De hecho, hace tiempo el Parlamento, como institución mundial, perdió el monopolio de la opinión pública. En principio, de eso hace ya mucho tiempo, ser parlamentario consistía, precisamente, en personificar una cantidad importante de opinión pública lo que, a su vez, le permitía al elegido comentar y decidir en el hemiciclo los temas nacionales, más allá de las funciones propias de hacer unas leyes y deberse a unos votos.

 

A medida que los medios de comunicación se afianzaron, especialmente en la última centuria con las variables ya reseñadas, el parlamentario ya no fue, sin embargo, la última voz en materia política, cómo antaño, y por el contrario desde su estrado tiene hoy muy escaso margen en la configuración de opinión pública, salvo que sea un orador superlativo o un dialéctico de quilates. De hecho, muchos de ellos, en Colombia, saben que es más eficaz un programa de opinión radial o televisado, inclusive una columna de un periódico, que tomar la palabra en el Congreso por unos minutos. Y tampoco es secreto que los congresistas, aun volviéndose polemistas de los medios de comunicación, no son escuchados porque en general y naturalmente tienen un sesgo proselitista en la aproximación a las realidades.

 

En estos días, no obstante el castigo de las encuestas, el Gobierno Santos dio un ejemplo valioso de cómo manejar las comunicaciones modernas. Nos referimos, claro está, a la exitosa combinación de acción y comunicación, a la unión entre Administración y Ciudadanía, que se dio frente al tema del “apagón”. El saldo pedagógico social es, a no dudarlo, gigantesco. Y debería ser la ruta a seguir. Porque como suele decirse, cuando no se hace política, se la padece. Mientras la oposición, encarnada en el ex presidente Álvaro Uribe, hace política todos los días, el Gobierno no la hace nunca o muy de vez en cuando, creyendo que con cumplir una agenda paquidérmica es suficiente. Y es ahí donde ha perdido la iniciativa.