Cuba: ¿para cuándo la democracia? | El Nuevo Siglo
Martes, 22 de Marzo de 2016

* Recuperar el régimen de libertades

* Bloqueo ha impedido la emancipación

 

Cuál es el norte político que vaya a tomar Cuba después de la visita del presidente Barack Obama es lo que interesa al pueblo cubano y en general a la América Latina. Prometido por Raúl Castro que dejará el poder en el 2018, de aquí hasta entonces debería prepararse el territorio para la democracia, con libertad de expresión, múltiples partidos y alternación en el gobierno, lo mismo que las condiciones propias para fomentar la iniciativa individual, las inversiones internas y externas y una plataforma capitalista de la cual pueda beneficiarse la totalidad de la sociedad con la distribución de los impuestos, equilibrados y correspondientes. Eso es lo deseable.

 

No basta, por supuesto, con proclamar de histórico el momento que se vive por el obvio y tardío descongelamiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. El embargo fue una política comercial tan fallida como que permitió el establecimiento de una de las dictaduras más antiguas, prolongadas y obsoletas del mundo, todavía afincada en las restricciones de la libertad y la carestía. De hecho, más que contra los comandantes, el embargo colaboró decididamente en empobrecer y aislar al pueblo cubano. Aún vigente, es el mayor obstáculo contra la emancipación.

 

Para nadie, ni entre algunos de los sectores más recalcitrantes, el bloqueo fue, en efecto, una política auspiciosa y dirigida a resolver positivamente el deslizamiento de Cuba hacia la otra orilla de la Guerra Fría. Por el contrario, el favorecimiento del pueblo, a través de ayudas directas o políticas públicas encaminadas a su mejora desde los Estados Unidos, pudo ser un aliciente de mayor calado para el derrumbe del régimen que recurrir a la asfixia económica y el atentado personal. Con el fracaso de bahía Cochinos, una política que si se había adoptado debió llevarse hasta sus últimas consecuencias en vez del reversazo a mitad de su desarrollo, y la solución a la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, con la modificación de algunas plataformas en Europa, se patentó la Guerra Fría en América Latina. Sin ello muy seguramente otro habría sido el rumbo latinoamericano, en las décadas subsiguientes, que llevó a la irrupción de las guerrillas y las dictaduras consecutivas, en un desgaste continental lamentable y mayúsculo.

 

Al mismo tiempo, en lugar de adoptar políticas prácticas, se profundizó de aposta la división del pueblo cubano entre quienes habían logrado exiliarse en la Florida y quienes se habían quedado en la isla, rompiendo en dos el tejido del país. Durante décadas se mantuvo, pues, la caduca actitud de los años sesenta y en lugar de solucionar el problema, ello fructificó en mantener la distorsión cubana a través del odio y el rencor. La inutilidad de semejante conducta produjo que el pueblo de la isla se acostumbrara, por fuerza de la coacción como formulismo social imperecedero, a una vida dictada a rajatabla por los heliotropos del comité central, con la preponderancia indiscutida e indiscutible de los hermanos Castro. En el largo transcurso coercitivo, a los cubanos se les olvidó la libertad y quienes por gracia de la naturaleza humana hicieron lo propio para recordarlo permanecen en las sórdidas y espurias mazmorras del régimen.

 

No puede dejar de decirse, claro está, que los Estados Unidos fueron, en principio, los auspiciadores de que Fidel Castro llegara al poder. Periódicos como el New York Times o el Washington Post lo vieron con benevolencia e incluso exaltaron a los “barbudos” como emblema del romanticismo moderno. Desde luego, imposible era mantener una satrapía de la calaña de la comandada por Fulgencio Batista, pero tampoco era dable pasarse de una a otra dictadura. La respuesta siempre debió ser la democracia, es decir, un sistema soportado en el libre juego de las ideas y no en las armas y el militarismo. Lo contrario tuvo, a la larga, un costo gigantesco en países como Colombia, entre otras naciones latinoamericanas, donde hubo de transitarse por el cedazo de la ofensiva armada interna a un costo gigantesco en vidas, progreso y posibilidades reales para salir de la pobreza.

 

No es suficiente, sin embargo, con levantar el bloqueo. Al igual que después de la Segunda Guerra, bien haría Estados Unidos en establecer una especie de “Plan Marshall” o, en términos más cercanos, de “Plan Colombia”. Por lo demás, de carácter bipartidista. Para ello, desde luego, como en su momento se hizo en Alemania, Italia y Japón, al igual que recientemente en Colombia, la base tiene que ser la democracia. No el régimen que se anuncia al estilo chino o vietnamita, con libertad económica y coerción política. No. Una democracia de verdad. Y eso es lo que está por dilucidarse.