Claroscuro anti-droga | El Nuevo Siglo
Miércoles, 20 de Abril de 2016

·       El preocupante auge del narcotráfico

·       Retórica marcará Asamblea de ONU

 

Es a lo menos confuso que Colombia llegue con una nueva política anti-drogas a la actual cumbre de las Naciones Unidas, justo cuando la situación de los cultivos ilícitos y la comercialización de los narcóticos están en un inusitado renacer y un auge a todas luces preocupante.  Porque, ciertamente, desde hace décadas estaba previsto que el prohibicionismo alrededor del mundo fomentaría el contrabando de alucinógenos y causaría particularmente una grave erosión de la ley en el país. Así lo sostuvieron en los años setenta quienes, como Álvaro Gómez, señalaron el abismo por el que comenzaba a transitar la nación, específicamente por la gigantesca carga impuesta a un territorio pobre y repleto de requerimientos de toda índole, de combatir la oferta de narcóticos cuando ella, asimismo, era resultado de la riquísima y colosal demanda en los Estados Unidos, luego en Europa y ahora en el Lejano Oriente. Y que, claro está, convertiría durante el transcurso de los años un caso de policía en una grave distorsión de los objetivos y propósitos nacionales. De tal manera que Colombia jamás fue victimaria, sino víctima del calamitoso y descontrolado consumo en el extranjero, que desde luego no había prohijado, tanto en cuanto se desdobló con una guerra tan extraña a los colombianos como la de Vietnam, y que le había llegado como uno más de los tantos problemas que enfrentaba en su desenvolvimiento al desarrollo y la homogeneidad social.

 

De ello hace tiempo y mucha agua ha corrido bajo el puente. Desde que se declaró la “guerra contra las drogas”, luego de la hecatombe de Vietnam y más tarde se hizo énfasis en el mismo camino, el resultado positivo se hizo cada vez más lejano. Pero ciertamente hubo un momento, en los últimos lustros, en que se pensó, de acuerdo con las estadísticas, que el país había salido de la confabulación narcótica y con ello había comenzado una historia diferente, en la cual Colombia no seguiría siendo vista en el mundo como un problema sino como un país exitoso que había logrado el triunfo de las instituciones y una economía en ascenso. Uno a uno así lo fueron demostrando los índices. La política de “responsabilidad compartida”, lograda a partir de 1998, no solo permitió el Plan Colombia, sino que del mismo modo la debida aplicación de estos recursos y el certero enfoque de los objetivos hicieron lo suficiente para que los cultivos ilícitos se replegaran y las toneladas de cocaína para la exportación ilegal disminuyeran considerablemente. Colombia, entonces, comenzó a proclamarse de país “milagro”.   

 

El actual retroceso es, no obstante, nocivo para poder encarar con autoridad el debate sobre la modificación de la política anti-droga universal. Está bien, por supuesto, que Colombia logre una voz independiente y soberana y que, por su experiencia y la cantidad de sufrimiento del que ha sido víctima, pueda exponer libremente sus criterios al respecto. En tanto, lo que está mal es que el viraje solicitado en la política anti-droga pueda deberse, aparentemente, a que los programas que se venían adelantando con tanto éxito se hayan detenido intempestivamente y que, por lo tanto, se hubiera cedido todo el espacio conquistado. Que es, precisamente, lo que podría entenderse de encontrarnos, otra vez, en las mismas condiciones de hace unas décadas.

 

Semejante regresión, al igual de las que ocurren en otras áreas, no es para nada un buen indicador. Por el contrario, colabora en que el debate sobre las drogas siga siendo tan etéreo como, en efecto, serán las conclusiones de la Cumbre de Naciones Unidas. Nada mejor para Colombia, en cambio, que haber llegado allí con la satisfacción del deber cumplido y a partir de ello poder proclamar la necesidad de un nuevo rumbo. Pero no será así. Se recurrirá al mismo eufemismo de siempre, consistente en declarar “abierto el debate”, lo cual es igualmente indicativo de que no habrá, en modo alguno, compromisos de fondo con los demás países y la postura conjunta con México y Guatemala sufrirá el “sueño de los mortales”. Lo que es lo mismo que congelar el tema en una de las tantas comisiones de expertos en las que la ONU suele paralizar los asuntos cuando están lejos de un consenso mínimo.

 

De no recuperar el tiempo perdido, como ya comienza a verse de la arrogancia y consolidación de “bacrines” y demás agentes irregulares, se volverá con más ahínco al eterno retorno de siempre. El saldo que le corre al Gobierno por cuenta de ello será difícil de remontar. No hay duda de que aquel actúa de buena fe, ayudado incluso de la razón académica, pero ello no es lo que siempre prepondera, menos, para el caso, en el “país de cafres” que solía decir Darío Echandía.