Avalancha literaria | El Nuevo Siglo
Sábado, 23 de Abril de 2016

·       Cervantes y el Día del Idioma

·       Una Feria del Libro imperdible

 

La Feria Internacional del Libro de Bogotá data de 1987, bajo la pretensión de extender y facilitar la lectura entre la población, mediante un esfuerzo conjunto de autores, libreros, editores y público. Hoy goza de un notable prestigio internacional y es una de las más concurridas a nivel continental. En esta oportunidad el país invitado es Holanda, que un día formó parte del Imperio Español. Y hoy, recién comenzada, su realización coincide con el Día del Idioma, fecha en que el mundo hispanoparlante le rinde culto al notabilísimo autor Miguel de Cervantes Saavedra, que con su obra “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” dio un salto en el mundo de la cultura castellana que facilitó su tránsito hacia la modernidad. Una fecha en la que se rememora también a otros dos grandes de la literatura: Shakespeare y Dante.

 

Tras ellos, se considera que dos hispanoamericanos ilustres, el caraqueño Andrés Bello y el bogotano Rufino José Cuervo, también han sido de los más grandes cultores de la lengua castellana, con el valioso aporte de “La  Gramática” y el “Diccionario de Construcción y Régimen”, respectivamente, cuyos textos marcan un hito en la evolución de la lengua de Cervantes.

 

Antes de la escritura, de la impresión de libros y la difusión del saber, el lenguaje del homo sapiens estaba ligado a la barbarie. Lo más frecuente era entenderse con los otros a golpes. La lectura, por el contrario, exige del hombre un cierto sosiego sedentario y un mínimo de recogimiento, aunque  existan seres excepcionales que sobre la marcha o en vivac de combate solían leer y concentrase, como era el caso del Libertador Simón Bolívar. Aun así el mismo José Luís Borges imaginaba el paraíso como el tipo de una gran biblioteca. El genial escritor relató en algún reportaje que de niño visitaba la biblioteca de Buenos Aires y como era tímido no pedía libros, sino que tomaba un tomo de la Enciclopedia Británica y se ponía a leer, lo que le permitió adquirir una vasta cultura, pues entonces los mejores especialistas y autores colaboraban en la colección, como pasaba con la enciclopedia Espasa, antes que redujesen su contenido o que las digitalizaran.

 

El papiro y los grafitis en piedra, como las copias a mano de los escritos y dichos de los hombres notables, precedieron por siglos el avance de la imprenta que inmortaliza a Gutenberg, quien con sus famosas tablillas en moldes de madera, donde aparecían las letras del alfabeto, que se volvieron luego de plomo, consiguió imprimir los primeros libros. Fue ello lo que permitió facilitar en continuas ediciones el conocimiento y superar la tradición oral, lo que dio, a partir de entonces, una mayor veracidad a la historia y se consolidó como el instrumento primordial de la cultura.

 

Antes, como se sabe, durante la  Edad Media, cuando los condotieros ensangrentaban e incendiaban Europa en la implacable lid por acrecentar su poder, la cultura se refugió, lejos del mundanal ruido del letal cruce de aceros, en los conventos. Allí místicos y silenciosos religiosos, con pulcra y fina letra, mediante un trabajo dispendioso y crucial, copiaron los manuscritos más preciados, con meticulosidad artística, para que la humanidad avanzara por los senderos de la inteligencia y el conocimiento. Sin embargo, apenas una minoría privilegiada tenía la posibilidad de leer libros. Todo ello, como se dijo, hasta que apareció Johannes Gutenberg en Maguncia, Alemania, en el siglo XV, que dio el gran salto a la impresión de libros, lo que favoreció la evolución de Renacimiento. Se estima que su mejor trabajo impreso es la Biblia, libro del cual Donoso Cortés decía que “es un libro, tesoro de un pueblo que es hoy fábula y ludibrio de la tierra, adonde han ido a beber su divina inspiración todos los grandes poetas de las regiones occidentales del mundo y en el cual han aprendido el secreto de levantar los corazones y de arrebatar las almas con sobrehumanas y misteriosas armonías. Ese libro es la Biblia, el libro por excelencia”.

 

Como se ve, libros y cultura van de la mano. No en vano se calificó alguna vez a Bogotá como la Atenas Suramericana, puesto que tuvimos una época en la que varios de los políticos, presidentes y gobernantes eran prestigiosos letrados y humanistas que dedicaban gran parte de su tiempo al saber, la literatura y la poesía. La cultura fue la obsesión de políticos como Julio Arboleda, Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro, legado que alcanza hasta los tiempos de Álvaro Gómez, político, lector y sustancioso  escritor, cuyos planteamientos solían conmover la opinión pública.