Un país de bosques | El Nuevo Siglo
Sábado, 18 de Febrero de 2017

El árbol es el símbolo de la paciencia y la serena altivez. Sus raíces hondas escuchan la lenta oscilación de la tierra y sus ramas se elevan hacia las estrellas. El árbol es amigo del sol y de la luz, del aire y de la libertad. De un fragmento de caña se hizo la primera flauta. Las aves buscan por la noche los bosques, porque les gusta dormirse en medio del silencio y de la paz.

El hacha lo desgarra, el fuego lo aniquila. En la hoguera prorrumpe gemido en un reproche resignado por el tormento a que se le somete. El árbol hecho ascua ilumina con una última llamarada a quien lo sacrifica.

Newton, meditando bajo una palma arranca a la naturaleza sus secretos y Hernán Cortés, en México, llora al pie de un árbol. Cuando un hombre tiene carácter se dice que su verticalidad hace pensar en la enhiesta palma.

El árbol estimula el amor. En la novela “La María” de Jorge Isaacs, lo principal son los árboles. Los amantes buscan en los parques viñas florecientes cargadas de racimo en sazón y bosques de álamos y cipreses olorosos.

El árbol es el gran arquitecto. En algunas regiones orientales el árbol es el dios que levanta la moral. Dos ramas que se cruzan son el cristianismo. Construye la crónica y la historia: en su corteza se graban los hechos humanos y son transmitidos de siglo en siglo. El árbol construye civilizaciones. Un tronco horadado cruza los mares antes que la carabela de ayer y el acorazado de hoy. Sus ramas fabrican ciudades. El árbol es constructivo hasta cuando se muere. Su último despojo le da vida, lumbre y calor al hombre, y sus frías cenizas son el semillero de nuevas ideas. Toda la vida sobre el planeta puede sintetizarse en un árbol... En el campo, es el rey que domina.

El enemigo más terrible del árbol es el hombre. Protejamos al árbol y cantemos sobre sus ramas el ¡himno de la esperanza!

Sembremos árboles. Acerquémonos al árbol, que él nos tiende sus brazos fraternales con amor. Pensemos bajo su sombra.

Los árboles son la alegría y el porvenir. El árbol nos dará los laureles para nuestras    frentes y más tarde guirnaldas para la tumba de nuestras madres y jazmines para la mujer amada. El árbol dará agua y pan en los desiertos de la vida. Él será nuestro guía y vuestro amigo en los caminos y en la lucha. Y cuando llegue la hora en que la tierra madre recoja nuestros cuerpos en el eterno regreso, un árbol señalará nuestro lugar de reposo y por su savia ascenderán luminosamente nuestras cenizas para confundirse  en la tierra. El alma inmortal trinará en la punta de una rama, y por las noches, a la hora en que el céfiro descienda sobre las tumbas, las ramas rozarán los hilos de las estrellas, suspendidos, como cuerdas de oro entre el follaje.

“Los sembradores de árboles son los profetas de los tiempos modernos”