Travesías | El Nuevo Siglo
Viernes, 8 de Septiembre de 2017

Era un viernes 26 de enero; vivíamos en México, y faltaban cuatro meses para que  naciera nuestra hija.

Muy cerca de la casa, la panadería Monserrat, en el número 173 de la calle Puebla, se vistió de fiesta: El Papa Juan Pablo II -en el primero de los cinco viajes que  hizo al país de la Lupita- pasaría a menos de media cuadra en su recorrido por la avenida Insurgentes, la misma que atraviesa de norte a sur el Distrito Federal.

La improvisada terraza de Monserrat se convirtió en el mirador ideal. Subí  por una escalera de palos y trapo, y ahí, en el techo, sentada en los cubos de cemento donde habían empotrado un gigantesco aviso de neón, esperé unas tres  horas, feliz y sorprendida,  el paso del Papa viajero.

Nunca olvidaré ese olor a pan y a esperanza.

En silencio pedí al Pastor nacido en Polonia que protegiera a mi bebé y que me ayudara a ser una buena mamá. El 31 de mayo nuestra pequeña gran princesa llegó al mundo.

Cada vez que vuelvo al recuerdo de Karol Wojtyla, siento el perfume de los panes y del tiempo, y doy gracias a Dios. Y como la memoria está hecha de círculos concéntricos, un recuerdo lleva a otro, y así  llego a un horno de leña, a un día de lluvia, rosas  y girasoles, en el Asís de San Francisco y el Giotto.

En este viaje hecho de recuerdos (re-cordis volver a pasar por el corazón), de Asís voy a Buenos Aires, donde nació hace  80 años el hombre de la misericordia, el del perdón como consigna de vida, el que no juzga ni discrimina: nuestro Francisco.

Sencillo y sublime,  sabio y humilde,  teje bondades, como si la compasión fuera a la vez la más urgente  y la más cotidiana de las banderas; y con su voz de camino y sonrisa, les pide a los niños que “no se dejen robar la esperanza ni la alegría”.

Insta a la Iglesia a salir de los muros vaticanos, y ocuparse del hambre de los pobres, del miedo de las víctimas, la fragilidad de la infancia y el silencio de los tristes…

El Papa Francisco abraza al que vuelve de la guerra, sin brazos.

Atraviesa medio mundo porque sabe que la reconciliación de un país, merece cualquier travesía; da y nos pide ser, dar y permitir el primer paso. Un paso ineludible, valeroso, en cada uno de nosotros, en cada quiebre de esta Colombia fracturada por la violencia y renacida en la esperanza de la paz.

Hoy, mis hijos siguen siendo la luz de mi existencia. Monserrat sigue amasando los mejores panes de la Colonia Roma. El Papa viajero viajó al Cielo; Francisco está aquí, nos habla con la fuerza de la misericordia,  nos pide perdonarnos y nunca más volver al horror de la guerra.

Si  “todo pasa y todo queda”, pido que nos quede siempre un minuto, una caricia, una ventana; que la vida nos sorprenda el alma, y nuestra piel se convierta en territorio de paz.

ariasgloria@hotmail.com