Murió recientemente un teólogo llamado Hans Küng. Hace unos años le fue retirada la autorización para ser profesor en universidades católicas por tener diferencias importantes a nivel doctrinal con el magisterio de la Iglesia. Era un hombre muy preparado, abierto, de pensamiento bien estructurado. Pero cayó en la tentación de ser más que la Iglesia, es decir, más que las enseñanzas que ella propone, más que la autoridad que esta ejerce y más que el mismo papa, garante de la unidad del pueblo de Dios en torno a la fe en el Dios único y verdadero. Es una lástima que hombres de esta talla terminen marginados de la comunidad eclesial por sus posturas que, teniendo seguramente de fondo una recta intención, en un momento determinado no logran hacer plena comunión con la fe del pueblo de Dios.
Es un caso entre otros muchos que se han dado en la historia de la Iglesia y que se siguen dando. En la mayoría de estas rupturas se descubre, en sus inicios, una cierta angustia por la suerte de la Iglesia y un deseo sincero de mejorarla, de purificarla de sus yerros y ciertamente de hacerla más conforme a lo que se entiende fue el deseo de Jesús al fundarla como nuevo Israel. Pero parece que a partir de cierto momento este deseo termina convertido en una especie de gesta personal, muchísimas veces aupada por malquerientes de la Iglesia, y se pierden los lazos que generan la unión y la comunión. Y la tentación toma forma concreta y se manifiesta como ruptura con la Iglesia, creación de divisiones, desorientación para los fieles.
Todo parece indicar que siempre existirá la tentación de ir contra la Iglesia. En la sociedad del espectáculo que bautizó Vargas Llosa, esta tentación es protuberante. Atacar, ofender, desobedecer a la Iglesia, es una carnada tentadora y lo es más para algunos de sus propios hijos, no tanto para los extraños. Y atrae aplausos, editoriales, entrevistas, personas que apenas sí saben qué es la Iglesia y suele llevar a ese caldo grisáceo del sincretismo en que transcurre hoy una supuesta vida espiritual del mundo plural y diverso. Mientras no se vea con total y absoluta claridad el origen divino de la Iglesia y también de su misión, siempre existirá el riesgo de tratarla como un invento puramente humano que, como todos los demás, estaría sujeto a los infinitos vaivenes de la condición humana, y no a la perennidad de lo divino.
En la tentación contra la Iglesia se pierde muchas gente valiosa, inteligente, sincera, capaz de aportar en muchos aspectos. A veces la vanidad intelectual arrasa con la humildad del creyente. En otras ocasiones, la obsesión contra toda autoridad establecida desborda toda capacidad de escucha. Y si por momentos la Iglesia puede parecer demasiado dura, es necesario perseverar hasta encontrar en ella, no el defecto, sino su condición de madre en la fe y maestra en lo que a Dios se refiere. Encontradas estas dos características es prácticamente imposible abandonarla.