Sentido de pertenencia | El Nuevo Siglo
Sábado, 22 de Octubre de 2016

Cuando un escritor desea ser de todas partes, no llega a ser de ninguna.

La aspiración de universalismo de un autor nace de su vinculación a una tierra y a una época. Recordemos La María de Jorge Isaac, La Vorágine de José Eustasio Rivera y la fa­mosa y reciente obra, traducida a 24 idomas: Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez.

Lo concreto y lo vivo de una criatura de arte se hace a la vez concreto y vivo para los demás, cuando se encuentra en­raizada en una región, cuando encarna un sentimiento, una creencia, una tierra, un pueblo, así como el drama, la espe­ranza y el contenido de una época. Con la conquista de los valores propios, la literatura de un pueblo adquiere realidad, su universalidad y su sentimiento de fraternidad y de solida­ridad humanas.

El prestigioso pensador caldense, Danilo Cruz Vélez,  ha expresado en su estudio Nuestra Mayoría de Edad, lo que si­gue: “Hay signos clarísimos de que por fin hemos tratado en el mundo del saber y de las técnicas superiores y que ya he­mos alcanzado nuestra mayoría de edad cultural. De este mo­do, hemos logrado una emancipación. Se habla frecuentemente de la necesidad de superar nuestra dependencia económica y política olvidando la dependencia cultural, cuya superación es más urgente que las otras dos. Mientras no tomemos posesión de nuestro pasado arqueológico y artístico, mientras no poda­mos trabajar creativamente en las ciencias, mientras no forme­mos expertos familiarizados con las técnicas basadas en ellas, mientras no podamos exportar autónomamente nuestros re­cursos naturales, mientras sigamos a merced de la sensibilidad y la emoción, y no poseamos ideas claras sobre nuestro ser, esas ideas claras y distintas con que Descartes puso en marcha la Edad Moderna, seguiremos dependiendo del exterior, segui­remos siendo una fuente de materia prima, un mercado y un objeto de explotación, y, a lo sumo, un espectáculo pintoresco o mágico, como se dice ahora”. (Texto leído al recibir el Pre­mio Fundación Centenario del Banco de Colombia, dic. 14/82)

Muchas veces, literariamente Colombia, ha sido una colonia de Europa. El diletantismo  ha sido el pudridero de multitud de talentos colombianos. Abundantes lecturas, muchísimas citas y gran dominio de autores foráneos. Ramiro de Maetzu, des­pués de zaherir a Darío, lanzó su grito de combate: “Adentro”, para significar que debían los intelectuales ahondar en los terrenos de su propia alma y en los del suelo natal, dejando todo ese arte de imitación y de pega, brillante y falso, que ha­bía traído el modernismo.

Un pueblo se afirma a sí mismo desde el momento que es­tablece una recíproca corriente de influencias, en virtud de las cuales dan y recibe impulsos de progreso, sin agotar sus pro­pios recursos y sin desfigurarse a consecuencia del aporte ex­traño.

Unamuno sostuvo “Se les vive gritando a las gentes y so­bre todo a los jóvenes: arriba, arriba, como si la vida plena es­tuviera fuera de nosotros. No. Lo que se debe gritar es ‘Aden­tro’, en la hondura, en la entraña propia: allá es donde hay que buscar el contenido apto para definirnos. Con que ‘Aden­tro’ es,  pues, a los sótanos de la conciencia, a las raíces del alma”.