Reflexiones sobre nuestra Historia | El Nuevo Siglo
Jueves, 11 de Marzo de 2021

La historia de Colombia ha sido accidentada y violenta. Una vez derrotados los españoles que nos habían descubierto y colonizado, silenciados los cañones y los fusiles de las tropas libertadoras, y tras las muertes, relativamente prematuras, de Bolívar y  Santander, los dos caudillos principales de la Independencia en el antiguo territorio de la Nueva Granada, las figuras que les sucedieron en el ejercicio del poder político y militar se enfrascaron en una pugna ideológica por la orientación que debía seguir la nueva república.

Pugna que era inevitable, porque la Independencia fue la consecuencia de la situación política de la Europa de Napoleón, especialmente de los intentos del Emperador por apoderarse de España. Enfrentada la madre patria a la necesidad de luchar por su propia independencia, los lazos que controlaban las colonias americanas se aflojaron y los líderes criollos encontraron la oportunidad propicia para liberarse de un yugo opresor e injusto, que trataba a los “españoles americanos” como ciudadanos de segunda clase, especialmente en materia tributaria, frente a los españoles peninsulares y canarios.

Pero una vez lograda la independencia de España nuestros novatos dirigentes se encontraron con la necesidad de darle vida a un Estado inexistente, cuya naturaleza misma no sabían cómo definir. Francia, cuya revolución fue el alimento intelectual de nuestros próceres, después del período napoleónico había caído de nuevo en las garras de una monarquía absolutista. La Gran Bretaña era una democracia, pero monárquica, y aquí no querían otro rey. Solo quedaba como modelo para imitar el de los Estados Unidos, que se habían definido por una república federal, la primera  de la historia moderna, para garantizar los derechos de las antiguas colonias que se habían erigido en Estados que pretendían tener un amplio margen de autonomía ante la imposibilidad de ser independientes, y con un gobierno central dirigido por una figura elegida democráticamente, el presidente, una institución que hacía de esta manera su aparición en la historia moderna.

Pero entre nosotros el federalismo no fue de recibo universal, una parte muy importante de la clase dirigente lo rechazó por considerar que atentaba contra la unidad nacional y, en consecuencia, propugnaba por un Ejecutivo nacional fuerte, como lo quería Bolívar. La lucha entre federalismo y centralismo fue entonces la primera causa de división política en la naciente república.

Hubo, claro, otras razones ideológicas igualmente importantes que dividieron a nuestros abuelos. Las relaciones entre la iglesia católica y el Estado. Y la orientación general de la economía, dividida entre quienes propiciaban el “libre cambio” y quienes apoyaban el proteccionismo económico.

A diferencia de lo que sucedió en Norteamérica, los colombianos del siglo XIX no tuvieron la madurez política necesaria para resolver sus discrepancias en el campo democrático. De esta manera el siglo XIX estuvo plagado de guerras civiles y de levantamientos armados, que terminaron casi todos con la derrota del bando insurgente y la victoria del gobierno de turno.

Independientemente de quienes integraran el bando ganador, resulta curioso encontrar que ni la aplicación de justicia, ni las víctimas fueron preocupaciones de quienes acordaron la terminación de los conflictos armados de esa época.