De una manera silenciosa y sin cuestionamiento alguno, los llamados protocolos parecen haberse convertido en las nuevas normas para el actuar de las personas en muchos niveles de la vida. Se trata de unos procedimientos que todos debemos seguir en determinadas situaciones y sin los cuales no hay manera de entrar en algunos campos de la vida. No hay cómo objetar a los protocolos establecidos, aunque la persona no esté de acuerdo. Nadie da razón del origen de la mayoría de dichos instrumentos de comportamiento y seguramente su incumplimiento también origina sanciones, algunas discriminaciones y marginación. La creación de protocolos, exacerbada por el pánico al Covid 19, hace parte de esa tendencia, ya hace tiempo presente, de escribir más y más normas, reglas y leyes, para cuanta acción se vaya emprender hoy en día.
Pero los protocolos no siempre son tan inocentes como parecen. Detrás de su formato, casi siempre aburrido y un poco anulador de la libertad, hay una idea de la vida, la salud, los negocios, el funcionamiento de la sociedad. Da la impresión de que estos mecanismos de control hayan sido ideados en parte para que las personas no piensen ni tomen decisiones autónomas. Más bien que se comporten, por decirlo amablemente, como robots, y que nunca se atrevan a solucionar los problemas cotidianos por medio de sus propias facultades. Se parecen mucho a los mecanismos telefónicos o digitales con los que nos encontramos a diario para resolver nuestras inquietudes y problemas y en los cuales no hay personas presentes, sino grabaciones, números, teclados, claves y no queda más remedio que seguir las instrucciones y llegar a donde lo quiera llevar a uno el sistema, gústele o no.
A punta de protocolos casi que nos desvisten en los aeropuertos, nos impiden visitar a los enfermos, nos quitan los derechos legales en muchos asuntos a través de firmar documentos que ni entendemos. Los protocolos están en manos de un personal que obliga a cumplirlos, pero que no tienen siquiera idea de lo que le están pidiendo a las personas. En fin, aunque nadie niega la necesidad de cierto orden para que la vida transcurra armónicamente, la verdad es que cada vez el ciudadano se siente más restringido para su obrar libre y responsable y debe someterse a infinidad de trabas e imposiciones que contravienen sus más elementales derechos, el más importante de ellos, el de decidir cómo soluciona su vida en todas sus dimensiones. Aunque parezca un poco exagerado, personas individuales y la sociedad en su conjunto, deberían ser muchos más celosas de su propia libertad, pues a punta de hojitas con preguntas que se responden con una X, pueden estar hipotecando su libertad y entregando su destino a unos pocos que, con toda seguridad, se están beneficiando a manos llenas de esta inocencia ciudadana.