Muy grande debió ser la sorpresa de los apóstoles cuando, en la última cena, Jesús, tomando el pan en sus manos y también la copa, dijo: “Esto es mi cuerpo …. esta es mi sangre”. Ni siquiera dijo: “esto es como mi cuerpo o como mi sangre”. Queda claro que Jesús quiso establecer a partir de ese momento un nuevo modo de estar presente en el mundo, modo que los teólogos definen como sacramental, como signo eficaz de lo que enuncia. Y, después, la Iglesia repite una y otra vez, presencia real, la de Jesús en la eucaristía. Ni más ni menos.
Hoy domingo en la Iglesia católica celebramos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, Corpus Christi, la misma que se daba el jueves anterior, “Jueves de Corpus” hasta que fue desterrada de allí por un godo muy católico con la Ley Emiliani. Pero este es un asunto menor.
Lo realmente importante es hacer conciencia de este hecho extraordinario, nunca suficientemente comprendido, cual es el de la presencia real de Jesús en la eucaristía. Y que nos da pie para ir un poco más allá, si es que hay algo más allá de este divino misterio, y atañe a la real presencia que los creyentes le estamos dando o no a Jesús en la vida. No se trata de un asunto incomprensible. Se trata más bien del nivel de verdadera influencia que tiene toda nuestra fe en Dios, en su hijo Jesús y en el Espíritu Santo y todo el conocimiento que tenemos de la vida, obra y enseñanzas de Jesús y de la Palabra de Dios sobre nuestro diario existir. Volviendo a la expresión del título podríamos plantearnos una pregunta: ¿Tengo una presencia real de Jesús en mi vida? Más aún: “¿Es una presencia total y caracterizante?
Cuando Dios envió a su Hijo al mundo hizo una presencia de esta naturaleza. Nos entregó a su hijo, su único hijo. Y este entregó su vida para salvarnos. Y los dos, Padre e Hijo, después nos dieron su espíritu de amor, el Espíritu Santo. Todo un Dios en medio de nosotros. Y el objetivo es que esté anclado y arraigado en el corazón, la mente, el cuerpo, el espíritu de cada persona creyente. Y, después, que lo determine todo en la vida. O sea, que su presencia sea real y lógicamente donde esto sucede no hay manera de que no se note o no se vea.
En todo tiempo y lugar, pero particularmente en este y aquí y ahora, pareciera, para los creyentes, especialmente importante profundizar en el estado de la fe. No son tiempos fáciles, pero llevan el delicioso sabor del reto de navegar en los mares turbulentos de la historia con la confianza de que hay una presencia real en medio de nosotros y que, sinceramente, suele ser mucho más fuerte que otras presencias visibles que a veces lucen tan insustanciales e insignificantes. Y como somos seres tan llenos de dudas, apóstoles incluidos, el mismo Jesús insistió: “Ánimo, yo estoy ustedes hasta el fin del mundo”. Un otrosí formidable.