Plus ultra | El Nuevo Siglo
Domingo, 1 de Abril de 2018

Recuerdo haber comprado hace veinte años unas láminas multicolores, sin una forma definida y con las que se jugaba a descubrir lo oculto.  Si se tenía la intención clara de profundizar en la gráfica era posible identificar figuras en tercera dimensión, que resaltaban en medio del aparente caos informe: flores, montañas, personas, paisajes enteros que se camuflaban entre líneas sin sentido y que se revelaban a la vista aguda del observador inquieto.  Era todo un reto distinguir lo que se escondía tras la confusión del  sinsentido.  Aprendí, entonces, que es preciso observar más allá de lo evidente para encontrar el significado profundo de la vida.  Esa es una de las maravillas de la existencia, que poco a poco, nos permite ganar claridad.

Detrás de cada hecho que sucede se mimetizan claves de comprensión, las pistas que la vida misma va dando en su proceso de auto-revelación, con la condición de estar alertas, despiertos ante la aparición de las señales.  Es el para qué de las cosas lo que nos conecta con el propósito vital de cada instante.  Por ejemplo, siempre tras las bambalinas del escenario de la enfermedad, esa que nos asusta con sus síntomas y molestias, están asuntos emocionales y mentales por resolver.  Es por ello que ya sabemos que las enfermedades son a un mismo tiempo manifestaciones biológicas de conflictos por resolver y oportunidades para transformar tales conflictos.  Detrás de la lucha contra las enfermedades, herencia patriarcal de la guerra, se encuentran aprendizajes pendientes que nos permitirían integrar la vivencia de la enfermedad y sanar. Pero necesitamos asomarnos con valentía para darnos cuenta de todo eso que se oculta a primera vista.

Los accidentes también encierran sentidos, pues nada ocurre por casualidad en estos multiversos plenos de sincronía.   Es entonces cuando cobran validez las preguntas que nos podamos hacer frente a eso que emerge en medio de la incertidumbre de la existencia.  Es después de esos eventos que nos dejan en estado de conmoción que se hace tan importante preguntarse el para qué de lo que se vive.  El sentido está allí, esperando ser descubierto; nos corresponde hacer la tarea de explorar, dudar, confirmar.  Infortunadamente, muchas veces los eventos de la vida, tan ricos en significado, pasan desapercibidos delante de nuestros ojos dormidos, de nuestra consciencia somnolienta que vive más cómodamente en automático.  Necesitamos despertarnos, pues es claro que vinimos a coevolucionar con todo lo que existe.  Es claro, cuando -oh paradoja- nos despertamos, no antes.

Tras una relación que se rompe, una familia que se conforma, un mensaje en apariencia inocuo que recibimos en la calle, una quiebra o una ganancia de lotería, hay sentidos que están más allá de lo evidente.  No es solo lo que se ve a simple vista, que nos puede gustar o no, que puede corresponder con nuestros anhelos o no, con lo que nos podemos alegrar o entristecer; hay más, mucho más, que podemos descubrir para trascender.  En esa observación atenta está una de las grandes aventuras de la vida.