El año 2020 cerró con un alto índice de inseguridad, sin embargo, gracias a la pandemia, no se notó tanto. Pero, ahora en lo que va del nuevo año, casi 6.5 mil personas han sido víctimas de todo tipo de hurtos, se han robado casi mil bicicletas y han robado por lo menos 550 viviendas. No importa en qué lugar se esté, la presencia de la policía es nula o incipiente. Tras del hecho de la existente inseguridad, la Secretaria de Seguridad y la Alcaldía, de forma más que cínica y sátira, hablan de “percepción de inseguridad”. A pesar de casos en los que no sólo ha sido el “hurto” el tema principal, sino que el asesinato se vuelve la novedad.
Los bogotanos cada vez tienen más dudas sobre salir a la calle, pues no saben si retornarán de nuevo a sus hogares. Además, los famosos “extranjeros” -que vienen de un solo país- han creado nuevas formas de hurto, actividades extorsivas y hasta de secuestro, que en varios casos terminan en desaparición de las personas u homicidio.
Pareciera que ni quedaran ya quienes se aterran por lo que les pasa a sus prójimos en la temida calle. Así mismo, la pandemia ha sido la excusa moderna para zafarse de toda culpa y la presencia de la autoridad es irrisoria e ilusoria. Lo que queda es la ley del todo vale, la justicia por mano propia, el apoderamiento de nuevas bandas, mafias y grupos marginales de una ciudad que se desvanece en el horizonte de la inseguridad. Y, es que no es la percepción de inseguridad; es la inseguridad real, palpable, tangible y que azota a los bogotanos e incluso a los foráneos que están de paso o residen en esta ciudad.
La situación es que ya casi 80 personas han sido asesinadas, así como así; ítem, más de 1500 establecimientos comerciales han sido hurtados y ni hablar de los más de 3.6 mil de casos de violencia intrafamiliar, que, si bien no es culpa de las autoridades, si es responsabilidad de ésta, la falta de acompañamiento a las víctimas; la negligencia y la indolencia con las denunciantes -en su mayoría mujeres- que quedan al garete, llevadas por la corriente a un destino final y letal.
Ni hablar de la corruptela en toda la situación de inseguridad, que se convierte en un negocio para algunos, y no solo para los maleantes como parecería. Pues la inseguridad viene desde el primer nivel en donde se roban hasta las sillas donde se sientan en las sesiones de todo tipo de Concejos y enjambres o hervideros de politiquería barata, comenzando por la autoridad distrital.
La cosa es tan grave que el valor de la vida se torna a 0, dado que las autoridades no hacen su debida labor, y quienes la intentan hacer están desarmados en todo sentido. El problema es estructural y claro que es de políticas públicas, las mismas que brillan por su ausencia y que si aparecen son erróneas, pusilánimes e inoperantes. Y con todo el descaro el mensaje es que no salgan, no muestren, no hagan y no vivan incluso los ciudadanos, en vez de más policía, más seguridad y más respeto por el ciudadano, su vida y por la ciudad.