Con ocasión de mi columna del lunes anterior, recibí una cavilación de un filósofo medievalista en formación en Alemania, para quien, dentro de la sana profanidad de un Estado aconfesional, no debe confundirse el ateísmo o con la impermeabilidad a lo religioso, ni mucho menos a lo espiritual.
Sin embargo, Aristóteles y a sus comentadores medievales, afirmaban que el político debe tener pretensiones mucho más modestas que el sabio y que la sabiduría religiosa de la que habla San Agustín debe regir la razón teórica, pero no necesariamente la razón práctica.
Un candidato cualquiera, ateo o no, puede llegar a ser un pagano virtuoso, incluso personas con alta espiritualidad. Si realmente lo llegaren a ser, lo importante es el respeto a los derechos y opiniones de los demás, en un Estado pluralista e incluyente como lo ha pretendido ser Colombia.
Si se llegare a rescatar esa dimensión espiritual, pero no sagrada que tanto se extraña entre los políticos, podríamos apreciar algunas frases de Alejandro Gaviria, que alguna vez extracté de su libro “Uribenomics”, catorce pensamientos, cuando él era de “los que dijera Uribe”:
A menudo, los hombres de acción se convierten en coleccionistas de problemas.
A veces los jueces de tutela se convierten en justicieros cósmicos y en reparadores de tragedias privadas.
La política no es un instinto: es un gusto adquirido.
El abuso del poder no sólo es fuente de desigualdad, es también motivo de ineficiencia.
El asistencialismo generalizado es contraproducente a nivel micro e insostenible a nivel macro.
Exportar pelucas a Japón, sin un lenguaje común, puede terminar en una trasquilada. El lenguaje acerca lo que la geografía separa.
Jovencitas pobres pero agraciadas (bien dotadas, pero sin dote), alcanzan sus sueños de fortuna por cuenta de los caprichos lujuriosos de los capos.
La modificación arbitraria de las reglas por parte del Ejecutivo puede ser tan nociva como la interpretación caprichosa de éstas por parte de los jueces.
La sisbenización hace que la gente se enfrasque en demostrar su pobreza y hará que se triplique el número de pobres conformes.
Lo único más dañino que un Congreso estorboso es un Congreso obsecuente, dispuesto a aprobar todas las reformas del Gobierno.
Lo único más perjudicial para un país que un gobernante imprudente y mendaz es uno imprudente y veraz.
Turbay Ayala era, patriota excelso, conciliador eximio, manzanillo perfecto, o simplemente político de otros tiempos.
Un político que cumpla lo que promete puede ser más dañino que otro que ignore lo prometido.
Uno no puede llenar la alcoba de queso y después salir a quejarse de los ratones. O no puede lavarse las manos cuando se ha dedicado sistemáticamente a ensuciar el aguamanil.
Cada frase hace al hombre esclavo de sus palabras; aquí encontramos algunas que me llamaron la atención de su libro; aún tengo que referirme próximamente a las que aparecen en "Siquiera tenemos las palabras", porque “Hoy es siempre todavía” y, con candidatos así “Otro fin del mundo es posible”, para lograr un triunfo “En defensa del humanismo”.