Nuestros prejuicios | El Nuevo Siglo
Miércoles, 10 de Mayo de 2023

Desde la sombra vi a una decena de trabajadores costeños despejar una vía bajo un sol de 45 grados centígrados, el acompañante me hizo notar la supuesta indolencia de los habitantes.

De forma similar, no he conocido ningún pastuso lerdo y conozco muchos. Pero eso sí tienen un humor excelente exponiéndose como anti- héroes.

En suma, hay en Colombia un trastrueque mental respecto a nuestras virtudes, las hacemos ver como defectos y al revés. Desde luego no es el único prejuicio universal que compartimos. Quevedo no tenía mayor estima por el intelecto de Portugal y decía: “Admirose un portugués al ver, que, en su tierna infancia, todos los niños en Francia supieran hablar francés. Arte diabólica es, dijo moviendo un mostacho, que, para hablar el gabacho, un hidalgo en Portugal llega a viejo y lo habla mal y, aquí, lo parla un muchacho.” Pero claro que él se dejaba ganar por el orgullo imperial español de su época.

Los colombianos son diligentes trabajadores, pero no lo creemos. Tenemos la impresión o el complejo (si se quiere) de no serlo. Y esa iniciativa emprendedora no es monopolio de los hábiles antioqueños.

Para los que les gusta la disciplina económica para cuantificar sus asertos, diría que Colombia recibe, mes a mes, cuantiosos recursos de los expatriados. Muchos de ellos con gran pericia técnica, que se desempeñan en altos y medianos cargos en sur, centro y norte américa. Regiones en los que estos tienen fama de eficientes y creativos, aunque esto no nos quepa en la cabeza. Ese pesimismo lo ilustra un dialogo de dos bogotanos “Está haciendo una hermosa mañana” – “Sí, pero se siente como una calma chicha…”

La diligencia colombiana se percibe mejor desde el exterior, y de hecho el número de horas laborales supera a las de los países europeos, por ejemplo. El número de mujeres en puestos claves supera ¡al de los Estados Unidos! Y hago la comparación para mitigar cualquier efluvio patriotero. Quizá ese emprendimiento corresponde a la pobreza, al no tener por ejemplo la riqueza comparativa del petróleo de otros vecinos. Y por tanto a la necesidad de no confundir el trabajo con el trajín. Se soslayó así la maldición gitana “que tus hijos se críen como hijos de ricos”.

Las dificultades han hecho que, para sobrevivir, se forjaran unas instituciones afines a esa cualidad colombiana, de modo que hayan resistido los embates de los caudillos, en su afán de convertirlas en mero instrumento de sus afanes partidistas. Ha sido así frente a los caudillos de cualquier signo político, aun si en el país haya predominado el conservatismo en el siglo anterior. Y, por lerdo que pueda ser el aparato de justicia, este mantiene su autonomía, el equilibrio de los poderes pensado por Montesquieu.

El gobierno acertó en invertir en la recuperación del gran río de la Magdalena tras 25 años, en el canal del Dique. Según la autoridad del tema, el autor del libro acerca de ese canal, José Vicente Mogollón.