Generalmente, las crisis no vienen solas. La Covid, tampoco.
Como salta a la vista, la emergencia sanitaria se halla agravada por la acción colectiva de diversos movimientos populares animados por la idea de estoquear al Gobierno.
Estoquear, porque, hace un año, la ola de indignación que entró en el congelador por obra y gracia del virus ya pedía la renuncia del Ejecutivo.
Ahora, la segunda ola de la protesta se estimula con la misma idea, pero con el ingrediente adicional de un referendo que acelere la salida del Presidente de la Casa de Nariño.
O sea, que a la compleja coyuntura se le suma la movilización popular encabezada por los maestros, pero, sobre todo, por la minga, esa poderosa corriente que, desde el principio, ha sido el gran dolor de cabeza del Jefe del Estado.
Y cuando se juntan minga y pandemia, surge un fenómeno de alta intensidad al que denominamos “minguemia”.
Durante meses, el virus se convirtió para Iván Duque en una especie de cinta aislante que contuvo la agitación social.
Pero en estos momentos, cuando ya hay una cierta adaptación a la desescalada, es apenas natural que la oposición recobre el brío y se lance a las calles a presionar abiertamente.
Y lo hace en un momento particularmente difícil para el Ejecutivo.
El ministro de Defensa, que es el heredero político del Presidente, se encuentra bajo asedio y su renuncia no haría más que agravar la situación.
Con excepción del director del Dapre, que se multiplica para sacar a flote la nave, Duque no cuenta ni con un Gabinete, ni con un partido que lo auxilie, así que se refugia en el Palacio mientras el activismo crece.
Por otra parte, las relaciones que mantiene con los gobiernos departamentales y locales no es la más afortunada, empezando por el de Bogotá, que no desaprovecha ocasión alguna para exhibir un liderazgo de dimensiones nacionales en medio de la desazón.
De tal manera, el Gobierno parece confiar exclusivamente en la acción policial para enfrentar a la minguemia.
Pero aún sin los protocolos que le han exigido consensuar con Claudia López, y observando desde el palco como su ministro heredero cumple con la obligación de pedir perdón por el tratamiento dado a las protestas anteriores, el Jefe del Estado no encuentra el método para entenderse con las organizaciones populares.
De hecho, cuando el movimiento indígena lo mantuvo seis meses en ascuas, a poco de llegar al poder, lo hizo en las carreteras y poblaciones del Cauca, lejos del centro del poder estratégico, justo donde Duque quería gestionar el asunto otra vez.
Ahora, en cambio, el escenario se ha trasladado a Bogotá. Y hay experiencias similares en Quito, o La Paz, que permiten apreciar la profundidad del problema.
Porque si manejar la pandemia ha sido sumamente difícil, manejar la minguemia podría ser eso: una estocada.
* Profesor de la Escuela Superior de Guerra.