Una de las lecciones que va dejando la pandemia del siglo XXI está ligada a la importancia que tiene contar con alternativas en términos de modelos educativos y pedagógicos que permitan a las nuevas generaciones tener el potencial necesario para enriquecer las sociedades en que les ha correspondido vivir y mas simple aún, para ser parte de una comunidad.
El mundo entero se ha visto obligado a ensayar o fortalecer los procesos educativos a través de los medios remotos y virtuales impidiendo así que aumente el número de niños y jóvenes por fuera del sistema de escolar, medio o universitario. Ello, sin duda, ha representado una alternativa que implica retos complejos.
No obstante, a medida que va pasando el tiempo y las naciones se ven en la necesidad de ir incorporando a todos los sectores a lo que se ha llamado “la nueva normalidad”, va quedando en evidencia que, sin remedio aún para prevenir o curar el virus, son muchos los que no están dispuestos a exponerse ellos mismos o a sus hijos asistiendo o permitiendo que atiendan nuevamente a las aulas. Aunado a lo anterior, hay gran cantidad de profesores que no se sienten seguros aún con la presencialidad.
Por eso, ad portas de celebrar el día mundial del profesor (5 de octubre), vale la pena agradecer y reconocer a tantos de ellos que han contribuido con su capacidad de liderazgo, en ejercicio de su vocación de maestros, a demostrar que el aprendizaje no puede ni debe detenerse bajo ninguna circunstancia. En honor a estas personas, pero también buscando asegurar que el futuro de niños y jóvenes sea promisorio, y sus sociedades serán funcionales, es imperativo que sean diseñados e implementados nuevos proyectos que incluso rompan esquemas tradicionales de enseñanza y que, si bien pueden haber sido ensayados en comunidades pequeñas, no han tenido la difusión o aprehensión por la sociedad global en general.
Pensar por ejemplo en concitar a pequeños grupos de niños y niñas, en entornos rurales o campestres seguros, durante jornadas de 15 días, acompañados de unos maestros que estén dispuestos a desarrollar metodologías de educación personalizada a partir de proyectos específicos que permitan considerar el ritmo de aprendizaje de cada alumno y así ir aplicando varias ciencias simultáneamente, facilitaría el acercamiento con el saber y conocimiento, y permitiría cumplir con ese otro propósito fundamental que es el desarrollo de capacidades que sólo se pueden dar a través del intercambio y convivencia con otros semejantes, es decir con la socialización. Al cabo de esa jornada, los alumnos retornarían con sus familias por otros 15 días y así sucesivamente hasta completar el objetivo de aprendizaje por el período que se haya previsto
Como lo manifestó Pere Faure, el alumno debe aprender a explorar su entorno, a saber buscar respuestas, a estar presente y con todos sus sentidos alerta durante su proceso de aprendizaje, a visualizar en dónde se encuentra y a dónde quiere llegar, siendo consciente de las consecuencias de sus actos y decisiones. Para ello debe reconocer la existencia del otro para que juntos formen una comunidad.
Ello implica pensar en un tipo de maestro que no sea exclusivamente un transmisor de conocimientos, desprendido de los sujetos a quienes se dirige. No, se debe tratar de un guía, un formador que transforma vidas a partir de su ejemplo, de su vocación de servicio, de la comprensión del ser individual de cada estudiante y de su compromiso y conciencia de que lo que tiene en sus manos es un pedacito del futuro próximo y remoto.