Los lagartos de Bogotá | El Nuevo Siglo
Sábado, 10 de Diciembre de 2016

Aunque para algunos, el "lagarto" es el que nos "roba la soledad sin darnos compañía", para otros es un gran charlatán, un encantador de ser­pientes que seduce y fascina. Chesterton argumentó que los lagartos son la sal de la tierra y que sin ellos sería imposible la convivencia social. En efecto, los lagartos hacen muchas cosas necesarias o útiles, que no hacen el común de las gentes, como organizar homenajes estra­tégicos para  ambientar o rodear de aureola a ciertos "personajes", congratular nombramientos, provocar ascensos o sencillamente para ganarse la voluntad de personas claves. A los gobernantes y poderosos, frecuentemente los rodean cortes de aduladores dirigidos por hábiles lagartos.

El altruismo de varias empresas funciona a veces, gracias a las cam­pañas adelantadas exitosamente por lagartos filantrópicos y diligentes. Abundan los actos y eventos de exaltación, conmemoraciones, cele­bración de ciertos acontecimientos privados o públicos, liderados por estos ciudadanos o ciudadanas. Por eso el lagarto es real y verdaderamente un elemento esencial en el desarrollo de la vida social.

Oscar Wilde dividió a la humanidad entre los aburridores y los que se aburren. ¿Qué sería lo preferible?. Nada más difícil en la vida que decidir. Depende del temperamento, de la circunstancia, del estado de ánimo. "Hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos." expresó Barba Jacob. Y también dijo: "Hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...que un verso un trino los hace sonreír". Como la subjeti­vidad es tan determinante en las valoraciones humanas, cada cual puede hacer la lista de los que considera lagartos en su ámbito familiar, laboral, social y político.

La palabra "lagarto" tiene en nuestro país una connotación especial, intraducible literalmente pero equivalente a expresiones de otras cul­turas como el latoso, el indeseable, el pesado. El lagarto es como Dios, está en todas partes, pero nadie lo "puede ver".  En la antigüedad, a este sujeto se le llamo "parásito". En el Renacimiento y en la época dorada de las monarquías se le llamó “cortesano”.

Es más fácil hablar de los lagartos ajenos, que de los propios. Existen muchas categorías de lagartos, según el criterio de cada cual. El más inofensivo puede ser el que se coloca a nuestro lado en un viaje largo en avión y nos entable diálogo sobre futilezas. Cuando las circunstancias lo exigen, el lagarto es humilde y dócilmente rectifica. Sabe explicar en qué consistió el fracaso, cuando se malogra algunos de sus montajes. Señala nuevos rumbos y elogia con fervor al nuevo ídolo". Asegura por anticipado el rotundo éxito del jefe escogido con cálculo y premeditación. Como el mundo siempre es cambiante el lagarto comenta que la "veleta" no cambia, lo que cambia son la orientación de los vientos que soplan. El lagarto tiene ideas firmes sobre bases movedizas o bases firmes que sirven de soporte a ideas cambiantes.

El lagarto es hombre de fines, no de convicciones. Para éste lo que no es posible, no es cierto. Oscar Domínguez, uno de los columnistas más leídos en el país, ha escrito páginas antológicas criticando amargamente al lagarto.

El lagarto es resbaladizo, fachendoso, falaz, marrullero, oportunista, habilidoso. Para el lagarto, prudencia es llegar después de que pasó el peligro. Prefiere que se diga: aquí corrió un cobarde y no aquí murió un valiente.

El lagarto siempre habla de grandes ideas, de construir un país, de ser fiel a las nobles causas, sabe que la palabra se inventó para disfrazar el pensamiento.