Los árboles y el agua | El Nuevo Siglo
Sábado, 13 de Mayo de 2017

“Los sembradores de árboles son los profetas de los tiempos  modernos”

El árbol es el símbolo de la paciencia y la serena altivez. Sus raíces hondas escuchan la lenta oscilación de la tierra y sus ramas se elevan hacia las estrellas. El árbol es amigo del sol y de la luz, del aire y de la libertad. De un fragmento de caña se hizo la primera flauta. Las aves buscan por la noche los árboles, porque les gusta dormirse en medio del silencio y de la paz.

El hacha lo desgarra, el fuego lo aniquila. En la hoguera prorrumpe gemidos en un reproche resignado por el tormento a que se le somete. El árbol hecho ascua ilumina con una última llamarada a quien lo sacrifica. 

Newton, meditando bajo un árbol, arranca a la naturaleza sus secretos. Hernán Cortés, en México, llora al pie de un árbol.

En lo más alto de una rama se prende un lábaro o una bandera. El árbol triunfa  hasta de la muerte, cuando se hace cruz para los redentores.

El árbol estimula el amor. En la novela “La María” de Jorge Isaacs, lo principal son  los árboles. Los amantes buscan en los parques viñas florecientes cargadas de racimo en sazón y bosques de álamos y cipreses olorosos.

La selva da la lección de la fortaleza, con los troncos aprestados para resistir los  siglos, los huracanes y las tempestades. El árbol solitario es la lección de la meditación filosófica. El pino hace amable la dureza de la peña. El sauce forma manantiales generosos con sus lágrimas.

El árbol es el gran arquitecto. En algunas regiones orientales el árbol es el Dios  que levanta la moral. Dos ramas que se cruzan son el cristianismo. Construye la crónica y la historia: en su corteza se graban los hechos humanos y son  transmitidos de siglo en siglo. El árbol construye civilizaciones. Un tronco horadado cruza los mares antes que la carabela de ayer y el acorazado de hoy. Sus ramas fabrican ciudades. El árbol es constructivo hasta cuando muere. Sus últimos despojos le dan vida, lumbre y calor al hombre, y sus frías cenizas son el semillero de nuevas ideas. Toda la vida sobre el planeta puede sintetizarse en un árbol... En el campo, es el rey que domina. Amemos el bosque. Podemos  defenderlo de sus naturales enemigos, el rayo que gusta de las cumbres, los insectos que se multiplican en la inquietud del bosque. Los roedores que taladran, las serpientes que se enroscan.

El enemigo más terrible del árbol, es el hombre. ¡Protejamos al árbol y cantemos  sobre sus ramas el himno de la esperanza!

Sembremos árboles. Acerquémonos al árbol, que él nos tiende sus brazos  fraternales con amor. Pensemos bajo su sombra.

Los árboles son la alegría y el porvenir. El árbol nos dará los laureles para nuestras frentes y más tarde guirnaldas para la tumba de nuestras madres y jazmines para la mujer amada. El árbol dará agua y pan en los desiertos de la vida. Él será nuestro guía y vuestro amigo en los caminos y en la lucha. Y cuando llegue la hora en que la tierra madre recoja nuestros cuerpos en el eterno regreso, un árbol señalará nuestro lugar de reposo y por su savia ascenderán  luminosamente nuestras cenizas para confundirse en la tierra. El alma inmortal  trinará en la punta de una rama, y por la noches, a la hora en que el séfiro descienda sobre las tumbas, las ramas rozarán los hilos de la estrellas, suspendidos, como cuerdas de oro entre el follaje.