Las academias y el posconflicto | El Nuevo Siglo
Sábado, 25 de Marzo de 2017

Sin paz no se puede vivir. ¡Es la mayor urgencia humana!

Si le damos paz a un pueblo lo colocamos en actitud de producir, progresar y desarrollarse.

Miremos a Siria. Siete años destruyéndose. Y lo que es más dramático, la violencia engendra nuevos odios que se prolongarían en nuevas y futuras generaciones. La guerra es como pretender apagar un incendio con gasolina.

Los conflictos se originan por desconfianzas, por odios ancestrales, religiosos o políticos.

La guerra se origina por la falta de comunicación, por no poder negociar disputas o por no poder respetar otras ideas o maneras de vivir.

Los prejuicios acumulados y los resentimientos intensificados hacen imposible la convivencia.

¿De qué sirve tener riqueza, recursos, inteligencia, si no somos capaces de tolerar lo diferente y tener consideración por los errores o las extravagancias de los vecinos?

Entre más tolerantes seamos tendremos mayores posibilidades de ser felices. La vida interior debe fundamentarse en la magnanimidad, la generosidad y la inteligencia de sumar, multiplicar y cooperar. Unidos somos más y valemos más.

Saber superar los inconvenientes y las discrepancias es la primera riqueza del ser humano. Colombia y el mundo necesitan forjar una cultura para la paz.

Toda contradicción, todo tropiezo, tiene un origen. Pues hay que identificar la causa del problema y así todo se puede arreglar pacíficamente.

Tenemos que controlar impulsos, instintos y tendencias negativas. Convivir constituye la máxima felicidad. La inconformidad incita a la lucha y a la agresividad. Hay que darle un manejo.

Todo es digno de aplauso en el campo de los valores. Pero la guerra, la agresividad, el conflicto, exigen un gran esfuerzo para erradicarlos. No somos iguales en la manera de pensar, de obrar, de afrontar situaciones. El espíritu de intriga, el fundamentalismo, el comportamiento radical son negativos.

La paz fortalece afectos, multiplica energías, facilita la solución de todos los inconvenientes que se presentan.

En la guerra, los pueblos del universo mundo siempre le han indi­cado al enemigo uno de estos tres sitios: destierro, cárcel o cementerio. Qué escenario más tétrico y desolador.

En la guerra todos pierden. Los vencidos, los victoriosos, los neutrales y hasta los ausentes por los vínculos que necesariamente existen entre los seres humanos. Las personas, querámoslo o no, nos complementamos los unos con los otros.

Los sepulcros blanqueados hablan de paz pero solo buscan incrementar los conflictos, los odios y las pasiones negativas. Ningún gasto en busca de la paz es exagerado. Es el mayor bien de la familia humana.

Los griegos lo dijeron todo cuando expresaron: En la paz los hijos entierran a los padres; en la guerra, los padres entierran a los hijos.

Lo natural es que siempre aspiremos a amar y a ser amados. El que sabe amar será feliz toda la vida.

El amor sincero no tiene fronteras. Lo abarca todo.