La moral triunfalista | El Nuevo Siglo
Sábado, 21 de Enero de 2017

 La política, en el país, se considera como el medio fácil y veloz para llegar a los honores, a la riqueza y a las encumbradas posiciones. Así piensa la gente elemental y primaria. Herriot, político radical de Francia, sostenía: “La política sería el oficio más despreciable, si sólo sirviera para llegar a los honores. Hay algo más bello que los honores. El honor”.

Decían los médicos alemanes del siglo pasado que la política era la “Medicina de la sociedad”. Cuán lejos estamos de estos sabios conceptos. La política es sinónimo de tráfico, engaño, lucro, beneficio, tradición. ¿Cuándo entenderemos que la política es la más digna, la más noble de las profesiones modernas?. Los políticos deberían ser especialistas en el tratamiento de las patologías sociales. Profesionales que entiendan que su alta misión es preventiva y curativa en relación con los grandes males sociales que aquejan a los conjuntos humanos que ellos se proponen servir. No como a objetos pasivos a los que el médico omnipotente receta sin tener en cuanta al paciente, sino, por el contrario, tratados como sujetos activos, asegurando su indispensable participación en la propia curación.

La orgía de la “coca” desató en Colombia una carrera hacia la ganancia fácil, esto es, sin trabajo y de una manera instantánea. La civilización del dinero fácil y rápido, es reciente. Ha sido impuesta esta costumbre por los aventureros, los osados y los inescrupulosos.

El dinero fácil, la rápida adquisición de bienes y el ascenso súbito a un nivel social de dominio y poder adquisitivo, han desvirtuado las características hasta ahora vigentes en el espíritu de un buen número de colombianos: la austeridad y el aprecio al trabajo.

Para la clase emergente el dinero representa todo. Con el billete, el nuevo rico compra, vende las conciencias, los silencios; compra y vende el poder, las mujeres, la gloria, el placer. Con el dinero contrata el sicario, santifica el crimen. El nuevo rico deshace ídolos, funcionarios, famas, prestigios. El dinero no da la felicidad, pero constituye a conseguirla. Para el nuevo rico, el dinero lo puede todo, lo permite todo, lo da todo. El dinero es una realidad ambigua, de doble cara. El dinero excita la necesidad y la multiplica. El dinero suscita el deseo de tener siempre y de tener mejor. El dinero provoca la soberbia, la envidia, el desprecio, la avaricia, la voluntad de poder, el egoísmo.   

El dinero hace que el poderoso alce los hombros frente a los demás, desnuda los instintos de agresividad, de goce, de lujuria. A causa del dinero, el fuerte aplasta al débil y encuentra a causa de él, otro más fuerte que lo derriba. La ley del dinero, es la ley de la selva. El dinero pone traba a la fraternidad de los ciudadanos. El dinero esclaviza. Hace esclavo a aquel que no lo tiene, porque le entrega a toda clase de opresiones; pero también vuelve esclavo al que tiene demasiado y es incapaz de vivir fuera de esas falsas seguridades, condenándose a mantener o aumentar siempre sus fondos. La codicia llena las arcas de dinero, el cuerpo de úlceras y la conciencia de remordimientos.