Hoy día, sin duda, una de las palabras de moda en cualquier foro, evento o conversatorio empresarial, junto con “reinventarse”, “resiliencia” y hasta “suánfonzon”, es “Innovación”. El sistema educativo debe comprender que el mundo está en constante evolución. Una de las cosas que debemos comenzar a pensar es que en unos años no vamos a estar educando profesionales, estaremos formando individuos capaces de moverse en muchas profesiones, de muchos campos o de muchos saberes. La capacidad de desarrollar esa forma de entender diferentes disciplinas será absolutamente vital para los colaboradores del futuro.
Tenemos que hacer grandes transformaciones que nos permitan apropiar las tecnologías de forma muy temprana. ¿Cómo hablar de innovación en esta época? Mi abuelo, que nació en 1894 y murió en 1959, fue un innovador, pero no conoció ningún computador, sin embargo, era un aventajado usuario de la sistematización, ya que cada uno de sus libros, alguno de ellos con más de diecisiete ediciones, los iba actualizando a través de dos métodos: anotar nuevos hechos relevantes o citas en la última versión publicada de su obra y, guardando papelitos del almanaque, que, escrito por detrás y a mano, estaban llenos de valiosa información para la nueva edición y para usarlos en sus clases.
Sin embargo, hoy en día, la sistematización dentro de la innovación, ha perdido valor, por el desorden con el cual vive la gente en relación con sus archivos y documentos, ya que confían más que de su propio cerebro, del cerebro electrónico de su computador o celular y, ¡plop!, en cualquier momento tienen un Accidente Cerebro Vascular – ACV electrónico y quedan con la memoria en blanco, tanto la propia, por falta de sistematización, como la de su asistente electrónico, por sobrecarga de automatización.
Por esa razón, la experta Julia Harper, habla de la necesidad de trabajar en la neuroplasticidad, que es enfocar nuestros esfuerzos en trabajar nuestras conexiones cerebrales para el aprendizaje. La innovación nos dice que, si bien el mundo se transforma y la revolución tecnológica reta a las empresas, a los gobiernos, a los modelos productivos y, particularmente a las universidades y a sus facultades a actualizarse, para estar a la altura, o por lo menos al nivel de los estudiantes que recibirán luego en las aulas.
Dentro de las exigencias de la innovación, tenemos el desafío de adaptarnos a esas nuevas exigencias y más, para prestar un servicio a las empresas y a los jóvenes de la región, ese grupo inmenso de personas entre los 15 y los 29 años, que deben contar con la oportunidad de ser más competentes con una adecuada capacitación.
En gran parte, el futuro, tanto de las empresas de la región, como de la educación, dependerá del aprovechamiento de este proceso de transformación y de transición hacia lo que se comienza a denominar el “ecosistema digital”, que será un nuevo idioma común, algo así como el “esperanto” de la tecnología, que incluye acceso más amplio a tecnologías móviles y redes sociales.