Estamos a tiempo | El Nuevo Siglo
Martes, 1 de Agosto de 2023

Las elecciones regionales prometen revelar una transformación en la conciencia política de mi generación. Según estudios de la Universidad del Rosario, la proporción de colombianos entre 18 y 32 años que se considera de izquierda bajó de 28% en abril de 2022 a 18% en mayo de 2023. Se trataba de una generación que reclamaba grandes cambios y vio en el Pacto Histórico una oportunidad para conseguirlos. Hoy es una generación desilusionada, preparada para levantar en las urnas una barrera de contención en sus ciudades y departamentos contra el gobierno nacional más nefasto de nuestra existencia.

Es una tendencia alentadora, corroborada a simple vista por los datos, pero los candidatos deben entender sus manifestaciones locales. El contraste entre Bogotá y Medellín es particularmente impactante. En el 2022, el 43% de los jóvenes medellinenses se consideraban de izquierda, más que el 30% de Bogotá, quizás porque en Medellín los jóvenes insatisfechos se rebelaron más explícitamente contra una sociedad tradicionalmente conservadora. Impulsada por la alcaldía vergonzosa de Daniel Quintero, la reducción del izquierdismo juvenil en Medellín fue más drástica que en Bogotá. Hoy, en ambas ciudades, el porcentaje de izquierda llega al 16-17%, mientras que el de derecha llega al 20-22%.

Sin embargo, el 34% de los jóvenes bogotanos votarían por un candidato cercano al presidente en las elecciones regionales, mientras que el 23% de jóvenes medellinenses harían lo mismo. En Bogotá, una proporción mucho mayor de jóvenes de centro votarían por un candidato petrista. En Medellín, el petrismo depende mucho más de la izquierda autoproclamada.

A la juventud bogotana le digo que el Pacto Histórico representa una izquierda radical y recalcitrante que deben rechazar quienes se consideran de centro o incluso socialdemócratas. Si la derecha política defiende a las jerarquías necesarias y la izquierda moderada intenta mitigarlas, el Pacto busca revertirlas por completo, menospreciando a quienes construyen país y exaltando a quienes lo destruyen. Emplea “lenguaje respetuoso” con el brutal Eln e implora que gobiernos extranjeros lo eliminen de las listas de terroristas, mientras que denigra a los generadores de empleo como esclavistas sin voluntad de paz. Para su candidato a la alcaldía de Bogotá, la “juventud heroica” no somos los jóvenes trabajadores, estudiosos y pacíficos, sino los integrantes de la primera línea que incendiaron la infraestructura policial de nuestras ciudades, financiados por narcoterroristas. Votar por el Pacto es votar por la violencia revolucionaria y en contra de la sociedad civil.

A mis contemporáneos en Medellín, particularmente a los de izquierda, les digo que este gobierno no los representa dignamente, porque además de radical, es autoritario y criminal. No solo estrangula al empresariado legal, sino que favorece al crimen organizado. Entre enero y mayo del 2023, la cocaína incautada cayó en un 18% y la erradicación manual de narcocultivos en un 87%, relativo al mismo periodo del 2022. Este gobierno negligente deja desprotegidos a nuestros gobernadores, alcaldes y ciudadanos, esto sin mencionar a una prensa hostigada por la delincuencia y estigmatizada desde la presidencia. Evidentemente, una sociedad plenamente petrista no sería más igualitaria que la nuestra, sino que reemplazaría nuestra desigualdad socioeconómica, moderada por la igualdad bajo la ley, por el despotismo salvaje del capo, comisario, o guerrillero que ya reina en algunas regiones. Votar por el Pacto no es votar por vivir como en Noruega, sino como en Venezuela.

Seguramente se podría analizar más profundamente al resto del país, pero lo importante es que tenemos las herramientas y la voluntad para recuperar a Colombia. Aún estamos a tiempo.