En una semana larga -larguísima- estaremos definiendo la suerte de Colombia. Una segunda vuelta, inédita, sorprendente, con dos opciones: la de Rodolfo Hernández -lo último que nos va quedando de esperanza- quien promete acabar con la corrupción sin destruir el sistema democrático y la otra, la de Gustavo Petro, que promete todo lo contrario, en aras del “cambio”.
Recordemos que Petro no tiene ideas sino “proyectos de ideas” que a diario modula de acuerdo con las reacciones de la opinión pública frente a sus previos pronunciamientos de corte populista. Todo en él es misterioso, sórdido, su programa se fundamenta en la vindicta, en el antiuribismo, pero exaltando la lucha de clases y pinta su argumento de combatir la corrupción blandiendo para ello una bandera adornada con la foto “familiar” de su cuadrilla de acompañantes, un perfecto paradigma de lo mismo.
¿Y recuerdan qué dijo Piedad Córdoba sobre Petro en la revista Semana hace tres años? “Yo personalmente no voté por él y puedo decir, casi que con seguridad, que él jamás será presidente de Colombia, porque uno no puede elegir un mal ser humano”… y lo dice ella, que es un ser humano ídem, que anida en su testa un turbante repleto de escándalos, amistades peligrosas, dólares de dudosa procedencia e incierta destinación específica, en pleno fragor de una campaña electoral que de entrada le consiguió una nueva senaduría gracias al partido de su jefe, quien la recibió con los brazos abiertos y que estratégicamente, en los días de recrudecimiento de uno de sus escándalos, le ha pedido el favor (casi con piedad) de “alejarse de la campaña”, para que no se metiera en más honduras; pero aun así se fue y regresó, muy oronda y nada turbada debajo de su turbante.
Marshall Mcluhan, el gran maestro canadiense de la teoría de la comunicación, llegó a lanzar la idea atrevida de que “el medio es el mensaje” -que nadie entendió- hasta ahora, que podríamos traducir pensando, quizás, en un candidato ególatra y soberbio, cuyo mensaje es su mismo ser humano -zoon politikón- lleno de espantos, odios y contradicciones, que lo único que busca es el poder para llevar a Colombia al socialismo del Siglo XXI, su leit motiv -resorte- que trata de disimular en todas sus actuaciones.
Post-it. La estulticia humana parece no tener límites. No imagino qué hubiera dicho sir Winston Churchill -coprotagonista de la película La II Guerra Mundial, mascando tabaco y chupando escocés- al enterarse de la tempestad en un vaso de scotch que se levantó contra su futuro sucesor, Boris Johnson, primer ministro británico, por atender una “partygate” sorpresa de cumpleaños que le organizó su esposa hace un par de años en su residencia de Downing Street. Dio la casualidad de que estábamos en medio del confinamiento por esa maldita pandemia y el Premier aparecía en la foto sin tapabocas. Y el escándalo mediático se da justo ahora, cuando estamos ad portas de otra -quizás la última- conflagración mundial por cuenta del “hijo de Putin” y los parlamentarios -incluyendo fuego amigo- lo quieren tumbar de su silla. ¿Por qué no lo dejan trabajar mientras pasa la tormenta? Creo que no estamos para más “putinerías”. La democracia puede ser boba, pero bruta, no.