En 1976, cuando la hermana Aura Bertha me preparaba para mi Primera Comunión en el Colegio de La Presentación de Tunja, nos enseñaba cada una de las verdades de la Fe y, en el repaso acerca de los sacramentos. Al hablar de la confesión o penitencia, nos mostraba una gráfica en al cual aparecía un sacerdote, cuyos labios estaban cubiertos por un candado y, la monjita nos decía: “Es que los sacerdotes sólo deben hablar en la misa y no pueden decir nada más”; pues bien, siempre consideré eso, que los ministros católicos estaban era para llevar la “cura de almas” y no para meterse en otros temas; siempre creí que ese candado en los labios debería ser un tapabocas de prudencia, más en tiempos de polarización y de odios entre los colombianos.
Hace años había en Tunja, había un cura, que se metió al Club Rotario, se hizo socio del Club Boyacá, nunca dejaba baile sin asistir ni comida sin participar y “lagartió” hasta ser obispo. Ese es un ejemplo de curas metidos en cosas que no son, sin contar a los que se meten de políticos o que quieren ser alcaldes, secretarios de despacho, rectores de universidades, o a opinar en contra de la institucionalidad.
Ese es el caso del Arzobispo de Cali, que tiene defensores y detractores. Estoy en los últimos, razón por la cual, me sumo abiertamente al editorial de este Diario hace unos días, el cual, bajo el título “La firme postura de la Nunciatura”, hace eco de la contundente desautorización de la Nunciatura Apostólica a los pronunciamientos del Prelado Metropolitano de la capital del Valle, quien al parecer no entiende de formalidades diplomáticas e institucionales.
Colombia, bien o mal, aún tiene vigente casi 17 de los 24 artículos del Concordato con la Santa Sede y, las opiniones de los obispos deben ser a su vez canalizadas a través de la Conferencia Episcopal. Pasarse por encima un arzobispo a quienes son sus representantes en el Episcopado, los que como pares, seguramente ya lo habían censurado privadamente y, someterse a un regaño directo del representante del Papa, deja mucho que desear de las palabras utilizadas al expresar en un foro con sus amigos, que el gobierno ejerce una “venganza genocida” sobre el proceso de paz, lo cual es una ligereza de Su Excelencia, a quien le faltan aún tres años para cumplir la edad de retiro, pero quien, si tuviese más dignidad de la que posee como jerarca, ante el regaño del Nuncio, debería presentar su dimisión a la silla catedralicia de Cali.
Yo sí creo que un sacerdote debe ser la voz de la Doctrina Social de la Iglesia, ante cualquier ataque a ésta, y señalar el aborto, la eutanasia, la explotación de personas en incapacidad de resistir, la violencia sexual, el secuestro, el narcotráfico, el reclutamiento de menores, etc., pero como me lo dijo un obispo emérito: “Es que de los amigos no se habla mal”.