El músculo del perdón | El Nuevo Siglo
Viernes, 15 de Septiembre de 2017

No podremos seguir con el corazón vestido de fiesta, la maldad en OFF y las calles llenas de  pañuelos blancos.

Pero  tenemos  el deber moral de cultivar el espíritu que ejercimos -o al menos sentimos- durante los cuatro días de la visita del Papa.

Fueron días iluminados. Agnósticos, creyentes, ateos, católicos, devotos de otras religiones, colombianos de todos los colores, edades y condiciones, fuimos de una u otra manera tocados por los mensajes de misericordia, ternura, reflexión y reconciliación de Francisco.

A todos nos hizo enfáticos llamados de atención; y también a todos nos alentó a ser felices, a romper los miedos y volar alto; nos pidió ser solidarios y ejercer la misericordia no como un favor sino como una consigna de vida.  Nos pidió no caer en la venganza.

Nunca antes nos habían cantado tantas verdades y nos habían dejado tantos elementos de reflexión; nunca una serena fortaleza de esa magnitud, nos había invitado a ser capaces de transformar el odio en benevolencia y los candados en libertad.

Sus palabras fueron sencillas y profundas; exigentes, comprensibles y cumplibles desde el corazón individual y colectivo.

Lo difícil es que a la conducta de Colombia la mueven más hilos de los deseables. Tal vez la bondad se nos dé por naturaleza, pero estamos tan llenos de intereses creados, de ataduras impuestas y resentimientos aprendidos, que demasiadas veces olvidamos que en el fondo somos buenas personas. Si algunos quieren convertirnos en títeres de sus batallas egocéntricas y estériles, pues tengamos la firmeza suficiente para no dejarnos enredar.

Cabe preguntarnos ¿qué útil tiene el odio? Ninguno; ningún útil que sea defendible.

Es innecesario gritar, cuando sabemos que el mejor micrófono viene incorporado en las causas justas y en las palabras ciertas.

Tampoco  tiene sentido dedicarnos a la ley del desquite, ni portarnos como usureros de espíritu. Nada de eso nos hará más libres, más felices o más y mejor evolucionados.

Cuidemos el tesoro/mandato/exhortación del Papa, porque fácilmente puede pasar un siglo, sin que vuelva alguien capaz de tocarnos el corazón así como lo hizo Francisco.

Vivimos cuatros días sublimes; ahora depende de nosotros -con el insumo y motor que recibimos- seguir un camino de  sincera transformación emocional, espiritual y cultural.

Ejercitar el músculo del perdón exigirá  sacrificios,  convicción y generosidad; una enorme capacidad de pasar la página aun cuando los renglones escritos nos sigan desgarrando el alma; abrir nuestra vida, nuestras costumbres y espacios, para invitar a entrar a quienes durante décadas consideramos  enemigos. Y construir un nuevo “nosotros”, una nueva cotidianidad.

No se trata de olvidar. Lo valiente será que a pesar de la memoria, a pesar de los recuerdos -o precisamente por ellos- nos comprometamos a nunca más endosarle a la muerte, la vida y sueños de nuestro país.

No hay fórmulas mágicas para los caminos de y hacia la paz; andaremos con marcha firme, frágil, vital o cansada. Habrá nudos, muros y pantanos. Nos caeremos una y mil veces, y  volveremos a levantarnos. Pero lo haremos: Ya dimos con Francisco, el primer y entrañable paso.

ariasgloria@hotmail.com