El pasado sábado 19 de febrero, se realizó la presentación de la primera novela del joven autor zipaquireño Nixon Saavedra Vela, promotor de la lectura, a través de sus talleres, así como de la edición virtual de su obra, que lleva por título “Un inmortal en la tierra de la sal”.
¿Cuál es la novedad de esta obra? su carátula tiene los hipervínculos de la realidad aumentada, la edición de la novela se publica en castellano y en inglés, lo cual hace el texto más universal para poderle llegar a diferentes públicos.
Allí, en Zipaquirá “tierra bella de hombreras altas, calles hermosas y estilo único”, Gabriel García Márquez pasó unos años maravillosos, en los cuales, además aprendió a escribir a máquina, en la vieja Underwood Typewriter Company, fabricada en Nueva York, que se conserva en el Museo Guillermo Quevedo Zornoza, dirigido por la periodista y gestora cultural Zoraida Chávez Posada, con un equipo femenino que promueve la figura del autor del himno de la ciudad. Allí Nuri, Priscila, Érika, Rosita y otras compañeras, recitan a su estilo las vivencias del maestro Quevedo, fundador del Conservatorio de Ibagué y maestro del cataqueño quien llegaría primero al cercado del Zipa en 1943 y, cuarenta años después, en 1982, llegaría a recibir en calzoncillos a sus amigos y en liqui liqui al rey de Suecia.
La obra de Nixon Saavedra Vela, se inspiró en los relatos de Gustavo Castro Caicedo, que hacen parte de su libro “Gabo: cuatro años de soledad. Su vida en Zipaquirá”, donde nuestro Nobel de Literatura, como lo consigna en “Vivir para contarla”, conoció a Quevedo Zornoza, “compositor y prohombre de la ciudad, director eterno de la banda municipal y autor de “Amapola” la del camino, roja como el corazón-, una canción de juventud que fue en su tiempo el alma de veladas y serenatas… Nunca supo el maestro, ni me atreví a decírselo, que el sueño de mi vida de aquellos años era ser como él”, señala Gabo.
En el Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá, quizás nació el amor de Gabo por las letras, pero primero, por La gazza ladra y el Coro de los Martillos de Il trovatore, que hacían parte del repertorio semanal de las retretas zipaquireñas luego de la misa de doce los domingos. En ese mismo Liceo, el frío sabanero y el profesor Carlos Julio Calderón incitaron al joven costeño de cabello rizado a conocer de amores y de letras, en el marco de la puerta de la casa, donde los próceres zipaquireños fueron fusilados por orden de Morillo.
Las hazañas de los mártires, la valentía de los mineros, los balcones de estilo único, los escoceses que habían llegado a trabajar a las minas, las presentaciones de variedades en el Teatro MacDouall, las tertulias con chocolate, las serenatas a la luz de la luna se sumaron a su reflexión: “Si aún la vida es verdad y el verso existe. Si alguien llama a tu puerta y estás triste, abre, que es el amor amiga mía”.