Las naciones, abocadas a lidiar con idéntico problema, tienen retos y también significativas oportunidades para aprovechar.
En el pasado no han sido extrañas tragedias producidas por guerras mundiales, por depresiones económicas con efectos globales, o por pandemias, que han dejado sólo ruina, individuos en precaria situación para subsistir y a los Estados en encrucijadas para cumplir sus fines.
La historia, incluso la del siglo XX, sobre todo la de Estados que enarbolan una democracia, muestra que a partir de la acción conjunta de los pueblos, sus líderes y las instituciones, se ha logrado superar las dificultades.
A propósito de conflictos bélicos, crisis en economías, o enfermedades de rápida transmisión -hechos que obligan a tomar medidas protectoras de la población-, quedan al desnudo las debilidades, defectos y desequilibrios de las sociedades.
En esos momentos, como sucedió al señor Ebanezer Scrooge, protagonista del “Cuento de Navidad” escrito brillantemente por Dickens en 1843, empiezan a aparecer los fantasmas del pasado, del presente y del futuro.
Son episodios trágicos que normalmente cobran muchas vidas, en los que con la mano tendida de los Estados, las sociedades deben reaccionar con inteligencia y generosidad, mirando más allá de intereses individuales, políticos o ideológicos. Es cuando con ocasión de que cada persona siente en carne propia la tragedia, -más allá de los informes nacionales, regionales o mundiales- que evidentemente el comportamiento puede y debe modificarse en función de la solidaridad y respeto por las autoridades. Es la hora de comprometerse en acción con el pacto social que se tiene acordado.
Si ello no sucede, los totalitarismos, que pueden estar amenazando agazapados, encuentran un terreno abonado para avanzar y seguir ahogando voces, opiniones, los pocos o muchos avances de las Repúblicas independientes y, lo que es peor, confundir a nuevas generaciones que siempre buscan alternativas para producir cambios.
El gobernante no es responsable único de reconducir a los pueblos a la prosperidad. Lo es la sociedad en conjunto, sus sectores, los ciudadanos.
En la novela de Dickens el panorama presentado por el fantasma del futuro tiene dos posibilidades: un escenario en el que de seguir por el camino de la avaricia, el individualismo y el desprecio por sus congéneres, lo llevará a la ruina moral, a la soledad absoluta y a tenerse que perder las mieles del amor familiar y la satisfacción de pertenecer a una comunidad. La segunda opción es más atractiva: la sensación de tener una vida útil para otros; el placer de compartir y ser querido; la satisfacción que produce ser generoso y preocuparse por los demás y la existencia con humildad.
Para el señor Scrooge y también para las sociedades que sufren los efectos de ciertas tragedias, ir por uno u otro camino, haciendo consciencia del pasado y del presente, depende de la actitud que se asuma y de la ruta que se decida seguir.
Si se opta por la senda del egoísmo, la destrucción, la desconfianza en las instituciones y en los colegas (de igual o diferente opinión); si se escoge mancillar el nombre de otros, enlodar reputaciones ajenas por envidia o porque representa una amenaza a los propios intereses, claramente se habrá perdido la oportunidad, como nación, de construir, en conjunto, las oportunidades de tener un conglomerado en el que la paz, la igualdad y el respeto por la dignidad sean reales.
@cdangond