Parece que ya es inútil en algún sentido luchar para que los niños no sean asesinados en el vientre materno o que las personas débiles no sean condenadas a muerte, eso sí, todo con mucha elegancia e higiene. Los temas se han radicalizado de tal manera que la posibilidad de conversar sobre los mismos es prácticamente imposible. Pero, además, en los términos en que se hace actualmente los frutos son muy pocos. Todo se ha enredado entre supuestos derechos, cuestiones de salud pública, género, los derechos de las mujeres y los abusos de los hombres, y también lo contrario, etc. No hay cómo hablar de nada en forma sensata y racional.
Sin embargo, en mi humilde parecer se han perdido de vista totalmente los temas del amor y de la educación para amar. Sin esta presencia, los planteamientos del vivir y del morir quedan reducidos a simples cuestiones biológicas, físicas, instintivas. Lo único que se sostiene a rajatabla es que todos tenemos derecho a tener relaciones sexuales como sea, con quien sea, y sin más horizonte que el goce y el placer. De las consecuencias de esto que se hagan cargo otros: el sistema, el niño por nacer, el bienestar (¿?) familiar, las fundaciones, los médicos obligados a acabar con la vida de inocentes, etc. De amor ni se habla y tampoco parece importar.
Cuando una persona no es educada para amar o no ha crecido en un ambiente donde el amor sea la nota dominante, queda expuesta, primero, a sus puros instintos y, segundo, a los de los demás. Y sin el orden del amor la persona queda en buena medida reducida a puro cuerpo, a ser esclava de toda clase de pasiones que la llevan y la traen según sus variaciones químicas. Sin la educación para amar las personas se convierten muy rápidamente en esclavas de una cultura que confunde libertad con locura, voluntad con falta de dirección propia.
Una educación para el amor le da un norte claro a la vida y a las decisiones que se toman realmente en libertad. Quien sabe amar se inclina naturalmente a cuidar su vida y la de los demás, a construir relaciones que lo hagan crecer, a entregar su ser solo cuando muchas otras dimensiones estén maduras y consolidadas. El amor asumido se vuelve también responsabilidad pues se reconoce el inmenso poder que tiene y se proyecta con delicadeza porque no hay nada más valioso.
Pero mientras no exista una educación para amar seguiremos en este horroroso espectáculo en que la irresponsabilidad quiere ser derecho, el egoísmo ley suprema, el placer criterio único, la rabia con uno mismo rabia a muerte contra los demás. Por lo demás, nadie estará esperando que estos temas tengan solución sabia, humana y mucho menos cristiana en curules o en puestos de magistrados, ¿o sí?