Distingamos | El Nuevo Siglo
Lunes, 4 de Julio de 2016

LA  más reciente, pero obviamente no la última, artimaña que han armado los enemigos del proceso de paz con las Farc-Ep ha sido la de reciclar a Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias “Popeye”, para darle audiencia en algunos medios de comunicación y promocionarlo como una figura criminal igualada a la de los jefes históricos de las guerrillas comunistas que, por tanto, dicen ellos, debería también poder llegar al Congreso de  la República.

Alguna columnista, de esas que no se caracterizan por la sobriedad de sus opiniones, se pregunta, y obvio se responde a sí misma, sobre la naturaleza política del cartel de Medellín, de lo que ella no tiene duda y entrega como prueba que siempre buscaron tumbar la extradición y lo alcanzaron en la Constitución de 1991.

Otros, tan enceguecidos por el odio a Santos, reniegan de los principios de la profesión que ejercen brillantemente para reclamar públicamente que entre los jefes guerrilleros y los jefes de sicarios no hay ninguna diferencia.

No sorprende que el debate exista. Es entendible que para cualquier ciudadano del común, de esos que aquí son capaces de votar por Regina 11 o en Inglaterra por el Brexit, o en USA por Trump, sea difícil diferenciar entre la voladura del avión de Avianca por alias "Popeye" y el atentado al club El Nogal por las Farc. Pero que gente culta y jurídicamente preparada no quiera distinguir, no puede ser sino mala fe.

Claro que hay diferencia. Desde una perspectiva puramente de derecho penal, es claro que lo que realmente se sanciona no es el hecho en sí mismo considerado, sino la intención con la que se realiza. Eso es lo que explica que un acto que objetivamente es homicidio, por ejemplo, termine a veces sin sanción cuando se reconoce legítima defensa u otras circunstancias especiales. Unas lesiones pueden ser eso simplemente o una tentativa de homicidio, según sea el propósito que el Juez deduzca del contexto del acontecimiento.

Y en esa definición, como en todo el derecho, hay mucho de ficción, que, además, se construye desde la definición política. El narcotráfico por el que piden en extradición a tanto colombiano deja de serlo cuando el que lo ejerce es un agente de inteligencia estadounidense para financiar la operación Irán-Contras, por ejemplo. O el terrorismo deja de serlo cuando quienes ponían las bombas que mataban civiles en el hotel King David de Jerusalén eran los padres del Israel actual y no los esclavizados palestinos de hoy.

El delito político se lo inventó la humanidad precisamente por la necesidad de hacer esa clase de distinciones. Los peores enemigos del proceso de paz en Colombia, son, por ejemplo, los tataranietos y choznos de todos los espadones de la Patria Boba, que un día anexaban el Estado Soberano del Cauca al Ecuador y al otro eran Presidentes de Colombia, merced a la naturaleza política de sus traiciones.

Un delito es siempre un delito, pero no todos los delincuentes son lo mismo. Véanse en las cruces del cristianismo. Para Roma los tres eran delincuentes. Pero es obvio que Jesús, Dimas y Gestas eran del mismo proceso pero no de la misma clase. 

@Quinternatte