Corrupción | El Nuevo Siglo
Martes, 14 de Febrero de 2017

Así como en el siglo XIX la famosa frase “un fantasma recorre Europa” acuñada por Marx y Engels puso a temblar los cimientos de las sociedades occidentales, hoy en pleno siglo XXI otro fantasma recorre Iberoamérica, el de Odebrecht como símbolo de corrupción.

Los políticos oportunistas de siempre, de todos los colores políticos, salen a rasgarse las vestiduras señalando la paja en el ojo ajeno, mientras cierran los propios para que no se les salga la viga. Y esa manía, de ver como corrupción solo aquellos actos de los adversarios políticos, ocasionales o permanentes, hace parte del entramado de corrupción. Es corrupción en sí misma.

No es fácil definirla. Es tan difícil, que los países que suscribieron la Convención Mundial contra la Corrupción no se pudieron poner de acuerdo en un concepto unificado.  Es, dijo Mejía en su tesis “aquella práctica, por activa o por pasiva,  realizada en el ámbito público o privado, consistente en obtener una utilidad económica o de otra índole, para sí o para un tercero, mediante el aprovechamiento y por consecuente, la violación de un deber posicional-funcional que deslegitima un sistema normativo referente, caracterizado por su ejecución secreta mediante sustracción o apariencia del acto y que no necesariamente acarrea consecuencias penales”.

Lo primero que debe hacer el país para enfrentar el gravísimo problema de la corrupción es adoptar una definición unificada. Uribe, por ejemplo, el senador más popular, parece entender que la corrupción solo existe cuando alguien toma para sí dinero público. Para él, su alter ego Andrés Felipe Arias no es corrupto porque “no se robó un peso”. Es decir, que para el jefe del CD dejar robar a un tercero, o favorecer la apropiación de otros, no es corrupción. ¿Respalda acaso la frase de Aníbal Fernández, un político Kichnerista que sostuvo que “coimear no es delito”?

Marta Lucía Ramírez, la misma que hoy se desgañita pidiendo la renuncia del Presidente Santos a la “inmunidad presidencial” también tiene una tesis dudosa. Ni ella ni Juan Lozano pidieron lo mismo ante las evidencias de que los hijos de su ex presidente favorito se enriquecieron durante sus mandatos. Aprovechar ventajas competitivas surgidas del ejercicio del poder por parte de un familiar para hacer negocios propios, no parece entrañar corrupción para ellos.

Acaso ¿Es o no corrupción entregar el manejo de instituciones públicas a un político en particular o una agrupación política específica para pagar en contratos y burocracia los apoyos electorales? ¿O adoptar políticas públicas claramente deficitarias para un servicio público solo por obtener algunos puntos de popularidad en las encuestas?

¿Puede o no llamarse corrupto al ex magistrado barrigón que le ordenó a un subalterno cambiar la calificación de un hecho solo para poder imponerle medida carcelaria a un congresista y luego ordenó la destitución de ese magistrado auxiliar cuando lo enfrentó?

¿Y no lo son los medios que hacen series promoviendo antivalores solo porque son rentables?

O nos ponemos serios en definirla y atajarla o no vamos a tener un  país decente para dejarle a la próxima generación.

@Quinternatte