“Comparendovirus” | El Nuevo Siglo
Miércoles, 8 de Abril de 2020

En el comentario anterior, “Angustia existencial”, sostuve una tesis que suscitó algunos interrogantes. ¿Por qué -preguntan los lectores- sostengo que “no admitir que se está condenado y con mayor peligro por los policías”?

Pues bien, hay que responder ese interrogatorio, respetando la curiosidad del cuestionario.  Los medios de comunicación informan, cotidianamente, las cifras mayúsculas de los comparendos que los policías están formulándoles a las personas que, a su juicio, están obligadas a responder por una conducta, supuestamente, reprimible. Son cantidades sorprendentes y alarmantes, pues se anuncia que la sanción imputable será una multa de casi de un millón de pesos.

Cuando el personal uniformado de la Policía tenga conocimiento comprobado de un comportamiento contrario a la convivencia, podrá expedir orden de comparendo a cualquier persona…éste deberá informar a la autoridad de Policía competente para la aplicación de las demás medidas correctivas a que hubiere lugar.” Código de Policía. 

 Las teorías acerca de la función de policía enseñan una tarea que hipotéticamente no consiste en atropellar sino en proteger, estimular la buena conducta ciudadana. Lo preocupante ahora es que la crisis emocional que preocupa gravemente a la población por la invasión del virus de la corona, la agranda el virus del comparendo, que aumenta el trastorno íntimo de quienes padecen el atropello de la vivencia y de su equilibrio emocional, acrecentando el estrés y la depresión, generando un instinto de revancha, inconsciente, pero perturbador en todos los sentidos del orden público.

El comentario tiene un fundamento: la didáctica militar que en estas épocas se esgrime para establecer la función de estos agentes de la “fuerza pública”. El doctor Roberto Pineda Castillo, ilustre profesor de esa institución, nunca estuvo de acuerdo en la militarización de este servicio civil, y al respecto de lo sucedido en  el bogotazo, expuso en 1950:  :“No son sensatos ni consecuentes los que celebran la aparición de militares en las calles y plazas, en función de vigilancia ordinaria y a continuación se duelen y extrañan de que estos la emprendan a tiros contra los sospechosos o simplemente contra los conductores de vehículo que no atienden sus voces de alto. Porque no se le puede exigir una técnica policíaca al militar ni se debe esperar de él una actitud típicamente policíaca”

 Esa secuela es realidad. La pedagogía de esta función civil enseña prohijar no el miedo sino la solidaridad; es la diferencia entre el soldado y el policía. Uno se educa para, matar, atacar y otro para preservar, defender y educar y para ello es un fascinador que convence sin amenazas y atropellos, todo lo contrario, con semblantes de respeto a la dignidad humana. Antiguamente existió la policía infantil -Sargento Torres-, recreando los niños y conquistando los vecinos. Los agentes no portaban armas ni amenazaban. Esto ha cambiado y de ahí el divorcio traumatizado de la armonía entre el ciudadano y el agente; culpa de la función administrativa interesada en el negocio de comprar armas y motos.