Bondad y alegría | El Nuevo Siglo
Viernes, 20 de Noviembre de 2020

Instintivamente buscan los humanos la alegría, y ésta en forma permanente. Razonable, y por experiencia, nos percatamos de que, tras actos de bondad experimentamos íntima e indecible alegría. Sin embargo, percibimos que en el mundo hay personas que parece buscan alegría y felicidad haciendo el mal. Como estímulo a las primeras personas, y fraterno llamado a las otras a erradicar de su vida tan errado actuar, van estas líneas escritas con profunda convicción.  

Entre tantas ideas sabias y confortantes del amado Pontífice Ratzinger, encontré, en uno de sus libros, la constatación de que el mismo Dios creador del universo iba viendo, día tras día, “que lo creado era bueno”, con íntima satisfacción. Constata que al mencionar en el Génesis la creación de los humanos, máxima obra de su bondad, al haberlos hecho “a su imagen y semejanza” (1,26-27), cómo da orden, Dios, a estas sublimes creaturas de “crecer y multiplicarse”, como colaboración a su obra creadora, y a seguir construyendo, no destruyendo, en esfuerzo de bondad, la gran obra iniciada, que vio “que era buena” (1. 28-31). Complementando lo de la satisfacción divina, al advertir que con la creación de seres humanos, al culminar el simbólico “día sexto” (Gen. 1,31), concluía su obra creadora,  y tiene derecho a “cesar en el día séptimo toda la labor”, santificándola como nuevo acto de bondad (Gen. 2,1-7). 

Siendo Dios “infinitamente bueno”, y “siendo el bien efusivo”, es natural que aparezca como Autor de todo bien.  Además, “es amor” (Jn. 4,9), por lo que tiene en sí el impulso a participar de su bondad y gozo infinito con su obrar. Inmersos los humanos en esta realidad, hemos de agradecerle, como algo de amor infinito hacia nosotros, y sentirnos llamados a imitarlo. Hemos de tener la alegría y gozo, aún en medio de los mayores problemas, pues, unidos a Él, tenemos la absoluta seguridad de salir adelante por graves que ellos sean. 

No fueron el dolor y la tristeza ajenos al alma de Jesús ni de María su madre. Jesús pide al Padre que, si es posible, pase de él, cáliz la pasión, pero, agregando: “no sea como yo quiera, sino como tú” (Mt.26, 38). Después de repetirlo tres veces, afronta todo valerosamente. De María, frente a la pasión y muerte de Jesús, se coloca lo del libro de las Lamentaciones: “los que pasen por el camino, fíjense bien si hay dolor como el mío” (1,12). Sin embargo, quienes han tenido tan máximos dolores, pasan, pronto al gozo infinito de la Resurrección. Recibieron penas y dolores con fe, gozosos al hacer el bien ofrecido al Padre celestial.    

Se dijo de Jesús que con gozo “pasó por el mundo haciendo el bien” (Hech. 10,38). Algo similar se puede decir de María, quien obró también así gozosa, y lo sigue haciendo hacia quienes los imitan. Siguiendo a Jesús, sirviendo con bondad a los demás, recibiremos al final de nuestros días terrenos el llamado de “vengan benditos de mi Padre, reciban el Reino y gozo, que tengo preparado para ustedes” (Mt. 20,30). Quienes obren mal, y no hagan el bien al prójimo sino injusticias contra él, oirán, en cambio, esta tremenda voz: “apártense de mí, malditos, id al fuego eterno”. A la bondad seguirá, al final  alegría, a la maldad tristeza eterna y desesperación.  

*Obispo Emérito de Garzón 

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