Anécdotas de Alzate Avendaño | El Nuevo Siglo
Sábado, 3 de Marzo de 2018

De Manizales se ha dicho todo, pero falta todo por decir. El manizaleño es paradójico y contradictorio; es valiente, casi siempre valiente, desprecia la vida; pero en ocasiones también sabe del miedo. Capaz de muchos vicios y de las más altas virtudes. El manizaleño puede caer en el desaliento, o puede levantarse hasta las más elevadas cimas de la acción y el pensamiento, realizando una obra eminentemente constructiva y creadora.

El manizaleño mira la vida con ojos de propietario. Cuando habla, parece que el interlocutor fuera su súbdito o su subalterno.

El manizaleño quiere dominar en la política, la economía y la cultura. En las actividades prevalece la rivalidad, la emulación y el anhelo de llegar primero o ser el mejor. Eso conduce, a veces, más a la coexistencia pacífica que a la convivencia cálida, importan sobremanera el éxito y la victoria. La sagacidad, la influencia, la astucia son el secreto del triunfo. El más fuerte o el mejor dotado se impone. El manizaleño es un excelente conversador. Su diálogo está salpicado de bromas, de eufóricos gracejos, malicia humana. Allí se oye aquéllo de que “si tienes talento, escóndelo. En caso de no tener talento, escóndete”.

Es una ciudad así, vivaz, recelosa, inquieta y agitada; por mil intereses contrapuestos apareció un animal de presa llamado Gilberto Álzate Avendaño. Era un cachorro de león con las garras bien aceradas, ansioso de dar zapatos.

En la juventud de Álzate, la figura que dominaba a Manizales era Aquilino Villegas, conductor de enorme talento y de temible fiereza. Pues quien dijo miedo: de este titan opinó así Álzate:

 “Todos mis contactos con Aquilino Villegas fueron choques. Era un alma vecina y hostil, con quien sostuve siempre querellas de medianía. Acaso pertenecíamos al mismo linaje de espíritu, pero nuestras ideas resultaban contrapuestas. Jamás nos pusimos de acuerdo en nada. Varias veces estuvimos reunidos, nunca unidos. Nuestra amistad era apenas una tregua entre dos lances. Cuando entre nosotros se restablecía la paz -una paz amada y precaria- el diálogo continuaba cargado de materiales explosivos”.

Pio XI dijo un día: Tomás Cipriano de Mosquera camina grandes pasos hacia el infierno.

La de Álzate es una prosa de un dinamismo extraordinario. Salta de período en período con la agilidad de un torrente que se desmelena de roca en roca; pero en la espontaneidad aparente de aquélla prosa hay estudio y disimulo de esfuerzo: es decir, arte de buena ley, oro de dieciocho quilates.

Fatigaría transcribiendo ensayos extraordinarios de Álzate Avendaño.

Pero se recomienda la lectura de páginas verdaderamente clásicas como las siguientes: introducción a las Memorias de un Grecolatino Arrepentido; Semblanza y Apología del maestro; La Conocidísima Indagatoria -cuando la huelga de chóferes en Manizales-; su escalofriante intervención en el Congreso de la República en que aplicó aquél principio de nosotros los abogados penalistas: la mejor defensa es un ataque contundente.

De otra parte, Álzate, cuando no podía vencer a su contrincante, lo confundía con su elocuencia portentosa y su personalidad devastadora.