Famosa frase la de Julio César, pronunciada luego de cruzar el río Rubicón (frontera natural entre Italia y la Galia Cisalpina) por allá en el 49 a. C., acto que constituyó un casus belli que provocó una nueva guerra civil dentro de sus fronteras. “La suerte está echada”, gritó el gran general a su tropa para impulsarla a cruzarlo, algo que estaba completamente proscrito por el Derecho Romano.
Un poco tiene que ver con la Colombia de hoy, porque estamos ad portas de un “cambio de frente” que puede ser controlado, dentro de la institucionalidad - tesis rodolfista- o que puede convertirse en un salto al vacío -tesis petrista- aunque no autorizada por el propio “cambiante profesional”, que no quiere que la gente lo sepa antes de unas elecciones, las más cruciales de nuestra historia, sencillamente porque podrían ser las últimas.
En un par de días, luego de una larga, sucia, tediosa y estresante campaña (condimentada con los recientes episodios cuasi escatológicos protagonizados por el “Roy-sputín” de nuestra democracia) estaremos definiendo la suerte de Colombia y este ejército de gente de bien, conformado por quienes aún seguimos sintiendo temor reverencial por Dios y le oramos con fervor, andamos legítima y literalmente pasmados, porque estamos en el vórtice de algo tenebroso que se vislumbra: ese tal “cambio” que ya está causando estragos en nuestras hermanas repúblicas de Chile y Perú, pero que con el voto masivo y sensato de la mayoría de ciudadanos tendrá que revertirse de una buena vez.
Jamás había sido tan loable la estrategia de “votar contra alguien” que, aunque lamentable y deprimente, resulta ser un recurso legítimo que permite la democracia en coyunturas críticas; una opción ciertamente claudicante, como si no se tuviera un candidato propio, óptimo, por quien sufragar, sino la alternativa de elegir al “menos peligroso”. Recuerdo que cuando este país se dividía entre liberales y conservadores -hace años- y cuando nuestro candidato era el más preclaro estadista que hemos tenido, Álvaro Gómez, los liberales se ponían el trapo rojo y salían de debajo de las piedras a votar contra el “hijo de Laureano” del que despotricaban a rabiar, empezando por la que llamaban la “gran prensa”, incluyendo a columnistas como Pacho Santos que se pronunciaban en denuestos contra nuestro candidato y después de su magnicidio cambiaron su discurso para derretírsele en elogios.
A propósito, vaya triste la condición la de los neomamertos que se subieron al Petro-bus a última hora, no para salvar a Colombia, sino para no quedarse ellos política y burocráticamente en la calle: Roy, Benedetti, Velasco, Gaviria, Cristo… Dios los cría y Santos los junta. Por lo menos el “candidato neutro”, Fajardo, sigue indeciso, como replicando la frase aquella que respondió una reina de belleza cuando le preguntaron la diferencia entre la ignorancia y la indiferencia: “no sé, ni me interesa”.
Post-it. Qué calidad de Vice la que se consiguió el ingeniero Rodolfo Hernández, la caleña Marelen Castillo, católica, apostólica y romana, entregada a su familia, bióloga, química, ingeniera industrial, doctorada en Educación de Nova Southeastern University, Florida, decana de ingenierías, rectora de Uniminuto, profesora de todas las horas... como para lucirla en el mundo entero, empezando por Francia. “El que quiera más que le piquen caña, ve”.