Nicaragua y Venezuela: paralelos y antidemocráticos | El Nuevo Siglo
Foto Agence France Press
Sábado, 26 de Mayo de 2018
Redacción internacional
Ortega ha repetido al pie de la letra la fórmula de Maduro: reprimir las marchas en su contra. Pero la implosión de las fuerzas armas y una sociedad civil cansada de los reiterados fraudes, demuestran que tanto él como su par venezolano transitan por caminos nebulosos

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MARCADOS por la inestabilidad política, económica y social, Nicaragua y Venezuela enfrentan caminos paralelos, casi idénticos. Los regímenes socialistas, en cabeza de Daniel Ortega y Nicolás Maduro, buscan mantenerse en el poder como dé lugar a pesar de la impopularidad, la crisis y la presión de la comunidad internacional contra sus gobiernos.

Luego de un mes y medio de protestas en su contra, Ortega se ha levantado de la mesa de diálogo con el Movimiento de “Autoconvocados”, una coalición liderada por estudiantes, a la que se han sumado trabajadores, campesinos y otros sectores de la sociedad civil.

El martes, en la inauguración de la mesa moderada por la Iglesia, los estudiantes le exigieron al líder sandinista -quien ha roto el récord del mandatario que más ha gobernado en la región- una sentencia civil. “Ésta no es una mesa de diálogo, es una mesa para negociar su salida. Ríndase ante todo este pueblo, ordene el cese el fuego ahorita mismo… lo que se ha cometido en este país ha sido un genocidio”, le dijo Lesther Alemán, un líder estudiantil.

Lo que está pasando en Nicaragua coincide, casi en todos sus elementos, con la crisis que se presentó hace un año en Venezuela. Las peticiones de los grupos opositores son las mismas y la organización, tanto de las fuerzas de choque del Estado como de los grupos de la sociedad civil, también son casi iguales.

Paralelos

La base central de la crisis en estos dos países radica en la falta de democracia. Tanto en Caracas como en Managua, gobiernan modelos caracterizados por el bloqueo a las fuerzas opositores, un populismo que raya con la ineficiencia estatal y el uso de las instituciones para efectos electorales, constitucionales y jurídicos. Lo que indica, de manera más precisa, que no hay Estado de Derecho en ninguno de los casos.

Daniel Ortega ha acomodado a su servicio, tanto en su primer gobierno, pero sobre todo en el segundo, las instituciones nicaragüenses. Al igual que el chavismo, que poco a poco fue designando fichas importantes en las principales entidades, ha cooptado el tribunal electoral, la Corte Suprema y el Congreso, demostrando que posee aún más poder que el presidente venezolano, quien al menos enfrenta el contrapeso de la Asamblea Nacional, de mayoría opositora.

Con el aparato estatal a su servicio, Ortega ha ganado varias elecciones, viciadas constitucionalmente. En 2011, en unos comicios en los cuales tenía prohibido participar, el líder sandinista fue acusado por la oposición de fraude. Pero su hegemonía, marcada por el nepotismo (su esposa Rosario Murillo es la Vicepresidenta), viene de más atrás.

Según el columnista Eduardo Enrique de la Prensa, de Managua, “desde el 2008 no ganan las elecciones, se las roban y en el 2016 ya nadie votó por ellos”. Se refiere al Frente de Liberación Sandinista, un partido que desde la caída de Anastasio Somoza en 1979 se ha encargado, casi exclusivamente, de gobernar el país.

En las últimas elecciones, en 2017, el régimen se impuso en 155 municipios de quince, pese a su impopularidad, a causa de la inflación, el desempleo y la falta de espacios democráticos.

Visto el panorama, parece como si se estuviera hablando de Venezuela, unos días antes de las manifestaciones convocados contra Nicolás Maduro el 19 de abril de 2017. La comparación no es, como lo demuestran los hechos, para nada desacertada.

Un esquema de poder

Al final de 2016, la Asamblea Nacional de Venezuela declaró a Maduro “en abandono del cargo”, una figura que le permitía, así lo pensaron, abrirle un proceso para citar a un referendo revocatorio y convocar a elecciones presidenciales anticipadas. Ni una ni otra cosa ocurrió.

Aconsejado por el séquito chavista, Maduro y las instituciones bajo su dominio implementaron un esquema para impedir que la oposición celebrara el referendo. Meses después, la dirigencia opositora convocó a marchas contra “la dictadura”, que derivaron en fuertes enfrentamientos entre fuerza pública, paramilitares al servicio del chavismo y jóvenes ‘guarimberos’.

El resultado fue la consolidación de un régimen caracterizado por sus prácticas autoritarias, formas que, un año después, vuelven a ser empleadas por el gobierno sandinista. ¿A qué se deben las coincidencias?

Los esquemas de represión han sido muy parecidos. La policía, haciendo un uso indebido de la fuerza, ha sido culpada por usar armas de fuego contra los manifestantes, como muestra el último reporte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Tras cinco semanas de enfrentamientos, la prensa nicaragüense ha reportado 77 muertos en el marco de las protestas contra Ortega. Esta cifra, de continuar los choques, podría pasar a los más de 120 muertos que se presentaron hace un año en Venezuela, que han dejado sólo dos comandantes de menor rango como responsables en un año.  

Se mantienen, pero….

Las teorías sobre el fin de uno y otro gobierno han pululado. Maduro y Ortega, sin embargo, se mantienen en sus palacios presidenciales, afianzados en la lealtad de las fuerzas militares y de una clase empresarial que sigue al servicio de sus proyectos socialistas.

En un pacto que no se ha dado en Venezuela, Ortega, en 1998, firmó con los líderes de la derecha el pacto Alemán-Ortega, cuya finalidad era repartir la burocracia estatal con sus contradictores a cambio de que la Corte le permitiera volver al poder, tras haber gobernado por primera vez en la década de los ochenta. Parte importante del empresariado nicaragüense estuvo involucrado en el pacto y hoy, veinte años después, mantiene buenas relaciones con el líder sandinista.

El caso venezolano es distinto. Salvo algunos líderes empresariales, la oposición y la empresa privada están al margen del régimen. Pero hay una especie de nuevos o viejos empresarios, los “enchufados”, que se lucran de sus negocios con el chavismo.

Tanto en uno como en otro caso, los privados le dan sustento a Maduro y Ortega, pero no son la explicación del aire que les queda. Adoctrinados por Cuba, ambos se han dedicado a reforzar las fuerzas militares, que se mantienen a su lado por una red de ascensos indiscriminada y el manejo de negocios como el comercio transfronterizo.

Sin embargo, se ha empezado a hablar de una implosión al interior del Ejército. Según Humberto Ortega, hermano de Daniel, más de 50 exguerrilleros denunciaron, antes de las protestas, “el carácter sanguinario de la dictadura orteguista”. Se trata de parte importante de los sandinistas, llevando a que Ortega aumente la represión contra sus contradictores.

En Venezuela la situación no es distinta. Sebastiana Barráez, periodista venezolana, dijo en N24 que “La FANB ha venido implosionando porque no hay quién la controle. Está demostrando es que tienen un problema grave de no lealtad y que esa cantidad de grupos que antes existían conspirando, ha dado paso a una conspiración general”.

Si los militares no apoyan a Ortega y Maduro, ¿quién los mantendrá en el poder?