Rafael De Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 29 de Mayo de 2016

¿Habían visto el Cristo?

VIVIR para ver. Discuten los magistrados de la alta corte si el crucifijo debe seguir presidiendo su sala máxima. Algún ciudadano de las pequeñas, pero mandonas minorías, se siente incómodo con ese signo único de la fe cristiana y suplica sea retirado. Los magistrados discuten y lo conservan allí pues no consideran discrimine nada ni a nadie. Ahora Bejarano pide colgar a su lado signos de otras divinidades, porque él siempre tiene que lucirse. Como el país no tiene problemas serios para responder pueden abogados y magistrados perder tiempo discutiendo estas cosas y así justificar sus jugosos emolumentos. Si por mí fuera, yo hace rato habría retirado el crucifijo de las oficinas públicas y quizá de muchas privadas, por la simple razón de que allí suceden unas cosas, se toman unas decisiones, se redactan y firman unos decretos, se hacen unos negocios tan injustos y oscuros, que hacerlo ante este signo capital del cristianismo es, sobre todo, una afrenta a Dios y a su Hijo redentor. Es como si nunca hubieran visto al Cristo.

 

¿Y qué poner de reemplazo? Hay muchas posibilidades: el signo pesos, un serrucho, una balanza desbalanceada de la justicia, una rosca, una foto de un capo de lo que sea, un anillo y cualquier otro objeto que refleje realmente lo que inspira y se hace en no pocos lugares que hoy han hecho del Cristo un adorno y no un imperativo moral y humanístico. Es inaudito que bajo la mirada misericordiosa del Dios crucificado se firmen leyes contra la vida, contra el matrimonio, contra la familia, contra la fe de las mayorías. ¡Qué comedia tan ridícula! Ningún creyente sincero debe sentirse ofendido si el ícono de  su fe, Cristo en la cruz, es retirado de recintos que deberían ser templos de la ley divina y la humana que la explicita, santuarios del respeto a la vida humana, casa de amparo para los pobres y desamparados, pero que en realidad se han vuelto tertuliaderos para repartir lisonjas entre los poderosos. Si esto es así, nada tiene que hacer allí nuestro signo religioso más excelente.

 

Y con la salida del Cristo de las aulas que fueron alguna vez templos de justicia, de leyes justas, de recto obrar, que salgan detrás quienes en verdad siguen al Dios vivo y verdadero y que no se escuden en esa entelequia que se llama equivocadamente pluralismo y tolerancia, pero que en realidad es cobardía para ser personas de fe en todas las circunstancias de la vida. Y que sea esta ocasión propicia para que todo el que tenga el Cristo crucificado en algún lugar donde transcurre su vida se pregunte si ese signo no está en el lugar equivocado, o mejor dicho, si el que lo colgó allí no está en el lugar equivocado.