Vicente Torrijos R. | El Nuevo Siglo
Martes, 19 de Abril de 2016

PLANETARIO

¿Pecado mortal?

 

 

MUCHOS sectores de la Iglesia Católica deben estar deprimidos con la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia (La Alegría del Amor), dada a conocer el 19 de marzo.

 

Tales sectores no son otros que, primero, los que se perciben a sí mismos como fariseos, inmaculados, intachables en su opulencia desde la que miran a los pecadores y condenados.

 

Segundo, los rigoristas que se apegan a normas e instituciones desgastadas que, progresivamente, han ido convirtiendo a la Iglesia en una especie de empresa autorreferencial de feudos o colonias alejadas de la realidad vital de los fieles.

 

 Y tercero, las “víboras y buitres” a los que, con elevada dosis de cinismo, se refería el cardenal Bertone al fragor de su despedida de la Secretaría de Estado.

En concreto, el capítulo octavo aparece como el más revelador y contundente por cuanto el Papa, embargado de misericordia y afecto, les devuelve la Iglesia a los fieles, sobre todo, a aquellos que habían vivido hasta ahora en lo que a fariseos, rigoristas, víboras y buitres les causaba tanto deleite: ¡excomunión y pecado mortal!

 

De la mano de Su Santidad, queda ahora suficientemente claro que si “el camino de la Iglesia es el de no condenar” (296) y ella “está atenta al modo en que las personas sufren”, los divorciados “no pueden ser condenados para siempre” y, por el contrario, hay maneras de “participar en la vida de la comunidad” y ser “reintegrados en reuniones de oración”.

 

Reuniones de oración o, lo que es aún más clarificador, en todo tipo de actividades de la Iglesia que surjan de la “propia iniciativa, junto con el discernimiento del pastor” (297), es decir, aquel al que cada creyente considere, objetiva y subjetivamente, como un comprensivo y genuino guía del rebaño.

 

En otras palabras, lo que prima en esta intención del Santo Padre por superar la simple lógica de aquellos pastores que “prefieren una pastoral rígida que no dé lugar a confusión alguna” (308), no es otra cosa que “la compasión con los frágiles y evitar persecuciones o juicios demasiado duros”, de tal forma que “a todos, creyentes y lejanos, llegue el bálsamo de la misericordia” entendida como “el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos” (310).

 

En resumen, el diálogo amoroso y misericordioso entre los fieles divorciados y los presbíteros es el método en virtud del cual se puede ¡“vivir mejor y reconocer nuestro propio lugar en la Iglesia”! (312).