Timochenko, el re-pensador | El Nuevo Siglo
Domingo, 10 de Diciembre de 2017

Cada año la revista Foreign Policy, una de las publicaciones más prestigiosas en temas de política internacional, elabora una lista de los “pensadores globales” más influyentes.  Como todo escalafón de esa naturaleza, la lista genera más de una polémica, y siempre queda la impresión de que ni son todos lo que están, ni están todos los que son.

La de este año está dedicada a los “re-pensadores”, es decir, según los editores, “los legisladores, tecnócratas, comediantes, defensores, empresarios, cineastas, presidentes, provocadores, presos políticos, investigadores, estrategas y visionarios, que juntos encontraron formas asombrosas no solo de repensar nuestro extraño mundo nuevo, sino también, de darle una nueva forma”.  En pocas palabras: “los hacedores que definieron 2017”.

Que uno de los “re-pensadores” del año que está por terminar sea Rodrigo Londoño, alias Timochenko, jefe máximo de la guerrilla de las Farc (en plural) y ahora flamante candidato presidencial del partido Farc (en singular), provoca las más diversas reacciones. Hay quienes consideran que se trata de un reconocimiento -así lo presenta la propia revista- “por deponer las armas y poner a Colombia en el camino hacia la paz”.  Otros ven una muestra de apoyo y respaldo al “proceso de paz”.  Muchos, y no sin razón, se sienten indignados.  Y algunos, más perspicaces y menos emotivos, se preguntan por lo que su inclusión en la lista, más allá de la justificación ofrecida para ello, realmente significa y deja entrever sobre uno de los aspectos menos evidente -pero más sustancial- del llamado “posconflicto”.

Ese aspecto es el que tiene que ver con la elaboración de una nueva narrativa para definir, interpretar y juzgar el pasado (siendo “el pasado” en este caso la confrontación armada protagonizada por las Farc); para justificar y legitimar el presente (siendo “el presente” el Acuerdo Final y su implementación y ejecución); e iluminar el futuro (siendo “el futuro” la panacea prometida del pos-acuerdo, el giro más definitivo y radical de la historia de Colombia).

Para organizaciones como la Farc (en singular), la elaboración de esa nueva narrativa resulta de lo más conveniente y constituye un objetivo estratégico en el corto plazo.  Sólo así, cambiando la historia, lograrán hacer pasar como protesta social “del común” lo que no fue sino una insurgencia armada marginal y periférica, que sólo tardíamente alcanzó un grado importante de expansión y de capacidad ofensiva gracias a su connivencia con el narcotráfico.  Sólo así, cambiando la historia, lograrán “re-presentarse” en la memoria colectiva como grandes agentes de transformación cuando lo que en realidad ha ocurrido es que el país se ha transformado -en el plano político, económico y social- a pesar de las Farc (en plural) y no gracias a ellas.  Sólo así, cambiando la historia, lograrán arroparse en la bandera de la defensa de los más vulnerables, de la promoción de los derechos humanos, de la protección del medio ambiente, etc., cuando están más que documentados su ensañamiento con los más pobres, su responsabilidad sistemática en graves crímenes de guerra y de lesa humanidad, y su voracidad depredadora de la naturaleza.

Para conseguirlo les conviene que en el país se imponga una historia oficial (sinónimo de una mala memoria) y un lenguaje oficial para contarla (sinónimo de eufemismo).  Una historia oficial, amparada en el Acuerdo Final, validada internacionalmente, convertida en dogma repetido sin parar en los santuarios de la academia, y en la que la compleja trayectoria histórica del país quede reducida a una narración instrumental, hecha para justificar el “conflicto” y su “posconflicto” -con las Farc y la Farc como heroicas protagonistas de uno y otro-.

Para conseguirlo les conviene reencauchar a alias Timochenko, presentarlo como un “re-pensador”, y ponerlo -como acaba de hacerlo Foreign Policy- “en el corazón de este intento (el Acuerdo Final) de llevar estabilidad a un país devastado por décadas de guerra civil”…  Como si ese país no tuviera otro pasado que esa “guerra”, ni otro futuro que el que le imponga el “Acuerdo” Santos-Timochenko. 

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales