Novena con alma de niños | El Nuevo Siglo
Domingo, 17 de Diciembre de 2017

Hemos iniciado la Novena al Niño Dios, con este nombre, según su verdadero sentido, y no simplemente “De Aguinaldo”, de mínimo significado. Es práctica piadosa y alegre, que pensamos sea para niños, pero hemos de precisar que es para cristianos de todas las edades, que estamos llamados a “hacernos como niños”, si queremos ir al  Reino de los Cielos, reino de paz y de alegría, al ubicarnos cerca de Dios (Mt. 18,3). Es que si queremos entender los vivificantes mensajes de Dios tenemos que tener alma de niños, libre de prejuicios, apegos y sabidurías terrenas (Lc. 10,21).

Los seres humanos estamos llamados a lograr madurez en nuestros comportamientos, pero, como parte de esa madurez, está la actitud en el obrar con la sencillez del niño, libres de torpes soberbias, y, ante el mar inmenso de la ciencia, aceptar con sensatez, como el propio Aristóteles que reconocía, no obstante su gran saber: “solo sé que nada sé”. En esa sapiente actitud cuanta paz y alegría da acercarnos al pesebre de Belén, en donde, bajo la pequeñez de un Niño, reconocemos, con los pastorcitos o los Sabios de Oriente, a Dios que desciende a la pequeñez humana para elevarnos a ámbitos divinos, y, “postrándonos ante Él” le rindamos amoroso homenaje (Mt. 2,11). Mientras más aceptemos, inteligentemente, nuestra pequeñez ante Dios, habrá más gozo en el alma, y mejor se percibirán las grandezas divinas.

No nos da desaforo sino humilde serenidad de espíritu, reconocer, con el autor sagrado, que cuanto nos rodea, y la misma ciencia humana, es “vanidad de vanidades”, comparado con lo divino (Ecle. 1,2). Afrontar con simplicidad y sencillez de niños la realidad de la vida, confiados como María Santísima en Dios, que puede “realizar en nosotros grandes cosas” (Lc. 1,48),  y, con S. Pablo, que reconocía lo dicho por Jesús que “sin mí nada podéis hacer”  (Jn. 15,5),  pero confiaba que, colocados en sus manos, “todo lo podemos” (Fil. 4,13).

Pasando a grandes en lo humano, es diciente lo que expresaba Goethe: “he leído en libros añejos que a la vejez vuelven los viejos, más yo diré, si a la verdad me ciño, que la vejez nos sorprende aun siendo niños”. También sapiente la espontánea respuesta de un gran colombiano, quien llegó a la Presidencia del País, y que, cabe al pesebre, al ser preguntado que hasta qué años creyó que era el Niño Dios el que traía regalos, responde: “Es que yo sigo creyendo que es Él quien nos da todo en la vida”. Esas son actitudes de almas de niño que denotan íntima sabiduría para afrontar la vida y propician paz en el alma.

Si queremos disfrutar grandemente de la Navidad es con esos sencillos y limpios sentimientos, acercándonos así al grandioso misterio de Dios que viene a liberarnos de las desesperantes ataduras del pecado, a que no olvidemos nuestro futuro eterno, y  a que en las  angustias de la vida, cuando perdamos como a los Magos la estrella que nos señala el rumbo verdadero, la busquemos presurosos, sabiendo que solo nos alumbrara  si lo seguimos con alma de niños. Así, pequeños y grandes, confundidos en indecible alegría, cantaremos el “tutaina tuturumaina”, y le diremos, con íntimo gozo, al Niño Dios: “Ven a nuestra almas, ven no tardes tanto. Ubicándonos en ese ambiente,  con la alegría del Evangelio, nos deseamos verdadera  “Feliz Navidad”.                

Obispo Emérito de Garzón

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