Luz | El Nuevo Siglo
Domingo, 24 de Diciembre de 2017

Celebramos por estos días, desde diferentes tradiciones de sabiduría, la fiesta de la Luz.  La tradición cristiana la simboliza en la persona de Cristo, quien nos invita a ser luz desde el amor y el perdón. En el catolicismo se encienden las velas de Adviento, como preparación para la Navidad. Para la tradición judía, en la celebración de Hanukkah también se encienden velas para hacer de la luz el centro.  En las tradiciones sagradas americanas y en las egipcias, el sol era el referente de la luz. Desde los albores de la humanidad hemos festejado de diferentes formas y por diferentes motivos la presencia de la luz, la de afuera, la interior y la que anhelamos alcanzar en algún momento de la existencia.

Somos luces encarnadas, que requieren de las sombras para aprender y trascender. Por ello resulta innecesario e inútil pelear con la oscuridad, puesto que es un elemento fundamental para la evolución de la consciencia. El camino de la iluminación es largo e incierto, tanto que pueden pasar cientos de encarnaciones para iluminarnos o puede suceder en un instante, como a Buda. Mientras alguna de esas dos cosas ocurre, nuestra tarea cotidiana consiste en integrar las sombras, en aprovechar cada error como un trampolín hacia el aprendizaje y darnos cuenta cada vez más de esa luz que somos.

Por más que en lo corrido de la vida emerjan las manifestaciones del ego, la esencia está presente. El ego no es un enemigo, como tampoco algo que toca erradicar.  Por el contrario, el ego es el guardián de la personalidad, lo cual permite que se exprese cada individualidad en la unidad que somos.  Sí, suena paradójico y lo es: aunque en realidad no estamos separados del Todo, de la Fuente, de Dios o como estemos acostumbrados a llamar a la Consciencia Divina, necesitamos expresar nuestra unicidad en medio de la totalidad. Pero, generalmente reducimos la sombra del ego a prepotencia y lo graduamos de enemigo, cuando sus manifestaciones son múltiples y varían de persona a persona.  Esa es nuestra sombra, que puede variar entre servicio exagerado, miedo paralizante, observación enjuiciadora, desconexión con el propio ser, placer exacerbado, gula insaciable, envidia recalcitrante, avaricia desmedida o vanidad insoportable.

Cuando nos damos cuenta de la sombra y en lugar de declararle la guerra la observamos para aprender de ella, la luz brota por sí sola, sin mayor esfuerzo.  Sí, me estoy comparando con la persona de la oficina de enfrente, y recuerdo que cada quien es único e irrepetible.  Sí, la comida a la que me invitaron no estaba tan rica como la que yo preparo, y suelto la crítica, agradezco y acepto su sabor.  Sí, estoy comiendo de más, y me doy cuenta e inicio mi auto-regulación.  Cada sombra conlleva una conexión con la luz; sin esa oscuridad no podríamos reconocer el resplandor.

Celebremos la luz, esa que cada quien es incluyendo sus sombras. Somos luces compañeras, unas grandes, otras pequeñas, en este camino común de la Consciencia. ¡Feliz Navidad!