Evolución | El Nuevo Siglo
Domingo, 17 de Diciembre de 2017

Muchas veces los seres humanos actuamos como si la evolución no tuviese nada que ver con nosotros.  Es verdad que hemos avanzado en términos tecnológicos, que lo que estará de moda dentro de veinte años ya se lo inventaron, está probado y comprobado, que tenemos conocimientos muy desarrollados en lo de afuera, pero nos falta mucho en lo que tiene que ver con lo de adentro, en conocernos a nosotros mismos para seguir creciendo en lo personal y en lo colectivo.  Es lo que hay, hace parte del proceso, y necesitamos tener cada vez mayor consciencia de ello.

Las teorías son visiones de la vida que nos han permitido comprenderla y se van sucediendo una tras otra a medida que ampliamos nuestra base de conocimiento.  Una teoría muy arraigada en el mundo contemporáneo es que la competencia es fundamental para el desarrollo.  Se pone como ejemplo lo que ocurre en el reino animal: lucha por el alimento, competencia feroz por el territorio e instinto de supervivencia que prima por encima de todo, pues no se ha superado lo básico.  Por fortuna, también ya sabemos de otros vínculos de solidaridad y cooperación, no solo entre la misma especie sino incluso en unas que hacen parte de la misma cadena alimenticia. Entonces, el tema es de qué miradas privilegiamos, de cuáles teorías recreamos en la vida.  Yo prefiero pararme en las teorías de la cooperación que en las de la competencia.

Si de veras pensamos en evolución, ésta no se dará por competencia sino por solidaridad.  Como humanidad estamos en un momento en que si queremos sobrevivir como especie necesitamos dejar atrás la competencia.  Nos enseñan desde pequeños a competir: a sacar cinco en el colegio, a izar bandera uno o dos del curso; nos dicen que Fulano sí es juicioso, sí hace la tarea, nos comparan y aprendemos a compararnos y comparar, a competir.  En un evento deportivo se trata de aniquilarse entre equipos, lo mismo que en los realities en que las personas se deshumanizan y retornan al instinto animal primario, ese que tenemos en el cerebro reptiliano y que es preciso moderar para dejar de matarnos los unos a los otros. Nos han enseñado que hacer empresa es una guerra, que para alcanzar una posición hay que pisotear al otro. E hicimos de la lucha algo normal en la vida, como si aún viviésemos en las cavernas.

Es posible crear otros caminos y de hecho ya los estamos construyendo: comunidades de aprendizaje colaborativo, en las que se respetan los intereses y ritmos personales; espacios de co-working, en los que es posible nutrirse de la experiencia ajena, compartida con el único interés del bienestar de los otros; equipos de trabajo en los que cada quien ocupa el lugar que necesita para su propio desarrollo, más allá de los rótulos de los cargos; sociedades en las que realmente se trabaja bajo la lógica ganar-ganar.  El reto es ampliar la masa crítica colaborativa, para que en realidad evolucionemos como especie.  Todos.