ANÁLISIS. ¿El “efecto Nobel” no tuvo efecto? | El Nuevo Siglo
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Sábado, 9 de Diciembre de 2017
Tres interrogantes clave sobre los 12 meses en que el Presidente fue el titular del premio ¿El galardón ayudó a superar la polarización nacional alrededor del proceso de paz? ¿Y si esta no cedió, fue determinante para una rápida y eficiente implementación de lo pactado por el Gobierno? ¿O, por último, tuvo alguna aplicación externa en situaciones de conflictividad continental o en otras latitudes? 

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Hace un año que el presidente Juan Manuel Santos recibía, en una sentida ceremonia en Oslo (Noruega), el Premio Nobel de Paz. El galardón le había sido anunciado apenas unos días después de su mayor fracaso político en seis años de gobierno: el triunfo del No en el plebiscito refrendatorio de su acuerdo de paz con las Farc.

 

Para la opinión pública nacional e internacional fue obvio que la decisión del Comité del Nobel tenía la clara intencionalidad de lanzarle un salvavidas a un proceso de paz que no sólo tenía polarizada a Colombia, sino que sorpresivamente, contra todo pronóstico y lo que preveían todas las encuestas, había sido negado en las urnas por más de seis millones de ciudadanos, que se impusieron por un cerrado margen a quienes respaldaban el pacto.

 

Es más, el anuncio del Nobel, en la madrugada del 7 de octubre de 2016, se daba apenas dos días después de que los colombianos habían visto una imagen que se creía improbable: Santos y el expresidente Álvaro Uribe, páter político y luego máximo contradictor del primero, se reunían en la Casa de Nariño con el fin de buscar una salida que permitiera que el proceso de paz con las Farc no se rompiera, echando por la borda cinco años de conversaciones preliminares secretas y luego una larga negociación en Cuba.

 

¿Se cumplió ese cometido? Esa es la primera gran pregunta que habría que hacerse hoy, precisamente cuando Santos deja de ser el Premio Nobel de Paz vigente y lo sucede la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (Ican), a la que este año el Comité noruego otorgó el galardón por su cruzada contra el armamentismo de destrucción masiva.

 

Cuestión de semanas

 

Paradójicamente entre el momento en que le fue anunciado a Santos que era el ganador del Nobel de Paz (7 de octubre) y cuando lo recibió (10 de diciembre), lo único que quedó claro es que la división nacional alrededor del proceso de paz con las Farc era imposible de superar.

 

Como se recuerda, en la semana siguiente al domingo 2 de octubre los sectores del No y el Gobierno activaron un diálogo nacional a través de varias mesas (con el uribismo, el pastranismo, Marta Lucía Ramírez, Alejandro Ordóñez y otros voceros), con miras a plantear puntos de renegociación del pacto que había sido firmado en La Habana y se había oficializado en Cartagena el 26 de septiembre de 2016 con todos los bombos y platillos.

 

Sin embargo, ese dialogo nacional se rompería apenas unas semanas después, luego de que el 13 de noviembre Gobierno y Farc anunciaran en Cuba que ya habían renegociado y firmado un nuevo pacto. Los sectores del No, con Uribe a la cabeza, se declararon traicionados por el Ejecutivo y alegaron que el nuevo texto no era muy diferente al inicialmente pactado y que fue denegado en las urnas.

 

El Gobierno desestimó las acusaciones de la oposición y el 24 de noviembre volvía a firmar el nuevo acuerdo de paz, esta vez en el Teatro Colón de Bogotá, en una ceremonia más austera y formal. Pero la cuestión no terminó allí, ya que para entonces estaba en marcha una segunda y polémica maniobra gubernamental: el renegociado acuerdo no sería llevada a las urnas sino que se acudiría a una inédita y no menos controvertida refrendación parlamentaria. En otras palabras, el dictamen popular del 2 de octubre, propio de la democracia directa y participativa, era cambiado por una proposición congresional, es decir una decisión de la democracia representativa e indirecta.

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Esa proposición, como se recuerda, fue aprobada por las mayorías parlamentarias de la coalición gubernamental, pese a que la oposición denunciaba que se había desconocido el principio fundacional de que la democracia reside en el pueblo…

 

Así las cosas, cuando Santos llegó a Oslo, el 10 de diciembre de 2016, a recibir el Premio Nobel, el mismo que le había sido otorgado como un salvavidas al acuerdo con las Farc y con el objetivo de superar la división nacional, en realidad ya tenía un país tanto o más dividido que el del 2 de octubre, cuando el No se impuso en las urnas, o el del 7 de octubre, cuando ya estaba en marcha el dialogo nacional con la oposición.

 

Lo que mal comienza…

 

Precisamente por esas circunstancias es que para no pocos analistas el “efecto Nobel” en Colombia fue muy corto porque del clima de diálogo nacional que existía cuando fue anunciado el galardón, se pasó en cuestión de semanas de nuevo a un clima de polarización más drástico que el evidenciado en la votación del 2 de octubre.

 

Una polarización que se ha extendido por los últimos doce meses, en donde los pulsos alrededor de la implementación normativa del acuerdo con las Farc, su concentración territorial y desarme, la activación de su partido político y la puesta en marcha de los instrumentos logísticos para la reinserción a la vida civil de los desmovilizados, entre otras instancias, siempre han estado rodeados de polémica.

 

Ello explica por qué para el grueso de los colombianos el Nobel a Santos no fue un motivo de unión ni orgullo nacional –como en su momento sí lo fue el de Literatura a Gabriel García Márquez– sino un elemento más dentro del divisionismo nacional.

 

Es evidente que la importancia política y superlativa que en otros países se le da a un galardonado con un Nobel, en Colombia no existió para el caso Santos. Todo lo contrario, las encuestas evidencian que los índices de desfavorabilidad presidencial son hoy más altos que un año atrás, en tanto que el porcentaje de personas que descalifica el manejo dado en 2017 al acuerdo de paz cada día es más alto.

 

Incluso, como una prueba más de lo rápido que el “efecto Nobel” se disipó en Colombia, es innegable que hay quienes ya ni se acuerdan que el mandatario era el titular, hasta hoy, del importante premio.

 

Es más, aunque suene como un hecho menor para algunos pero sintomático para otros, durante la reciente visita del papa Francisco a Colombia, llamó la atención que en sus discursos oficiales ante Santos, en ningún momento se refirió a él como Premio Nobel de Paz sino como Jefe de Estado.

 

Un proceso trabado

 

Ahora bien ¿Si el “efecto Nobel” no sirvió para unir al país en torno al acuerdo de paz con las Farc y superar la polarización nacional, sí lo hizo para agilizar la implementación, a rajatabla, del pacto?

 

En la última semana de noviembre pasado, al cumplirse el primer año de la firma del acuerdo del Colón, hubo múltiples análisis sobre la aplicación y cumplimiento de lo pactado.

 

En un país polarizado es claro que esos cortes de cuenta fueron muy disímiles según la orilla que hiciera el respectivo balance.

 

Para las Farc, por ejemplo, estos primeros doce meses de aplicación del pacto se han distinguido porque la guerrilla ya ha cumplido en un 80 por ciento sus compromisos pero el Gobierno apenas un 20 por ciento.

 

Rodrigo Londoño, alias ‘Timochenko’, máximo cabecilla de las antiguas Farc y hoy candidato presidencial del naciente partido político Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (Farc), dijo días atrás que no se está cumpliendo lo acordado.

 

“Lo que nos están implementando no fue el acuerdo que se firmó hace un año aquí”, precisó. Sobre los cambios en el Congreso a los proyectos de ley y acto legislativo tramitados al amparo del ‘fast track’, advirtió que “el mismo Congreso que aprobó hace un año el acuerdo de paz, hoy está empeñado de modo vergonzoso en hacerlo trizas en una conducta que envilece al Estado colombiano”.

 

Como se sabe, se hundieron proyectos como la reforma política y el que creaba las 16 curules en la Cámara para las víctimas, en tanto que en la ley estatutaria de la Jurisdicción Especial de Paz (JEP), el Congreso aplicó los principales mandatos del fallo de la Corte Constitucional que ajustó ese sistema de justicia transicional, enfatizando que esta debía estar sometida a la supremacía de la Carta y que los civiles y terceros no podrían ser juzgados por el Tribunal Especial de Paz. También impuso un régimen de inhabilidades e impedimentos a sus 51 magistrados y advirtió que las penas alternativas a los culpables de delitos atroces y de lesa humanidad debían ser moduladas, lo que podría implicar la limitación de la participación en política.

 

También se quejó ‘Timochenko’ de que los instrumentos de apoyo económico, educativo, empresarial y de reinserción a la vida civil no se estaban cumpliendo, razón por la cual había mucha incertidumbre entre los desmovilizados.

 

El Gobierno, a su turno, sostuvo que en un año las Farc ya estaban desarmadas, desmovilizadas y convertidas en partido político. También resaltó que ya el grueso de los desmovilizados estaban amnistiados y recibiendo los beneficios políticos, económicos y sociales pactados.

 

Igualmente, el propio Santos destacó que en un año de vigencia del ‘fast track’ ya estaba aprobado por el Congreso -incluso con fallo constitucional a bordo- el sistema de justicia transicional, el blindaje para el cumplimiento del acuerdo por 12 años, la asignación de escoltas a los cabecillas exguerrilleros, la creación de su partido político…  También destacó la elección de los magistrados de la JEP y el comienzo del montaje institucional del Tribunal de Paz y el resto de sus salas.

 

Y, por último, resaltó que ya en las regiones se empezaba a sentir no sólo la sensible baja de los índices de violencia, sino el impacto de los proyectos de inversión social en el posconflicto.

 

Es más, al reaccionar a las críticas de las Farc sobre el cumplimiento de lo pactado, el propio Santos sostuvo que “… hay quienes ven el vaso medio lleno y otros que siempre lo quieren ver medio vacío. Ahora las Farc, partido político, y la extrema derecha coinciden en esto último”.

 

Eso por el lado del balance de las partes. Porque la ONU, en reciente corte de cuentas, hizo un crudo diagnóstico sobre lo que han cumplido y no han cumplido Gobierno y Farc. En el mismo, uno de los datos que más impactó fue el relativo a que el 55% de los desmovilizados ya no están en las zonas territoriales de reintegración, y una parte de ellos podría haber reincidido en la criminalidad.

 

A ello se suma que la Corte Penal Internacional continúa advirtiendo sobre los riesgos de intervención del alto tribunal en Colombia por los amplios márgenes de impunidad en la JEP y la ley de amnistía a responsables de delitos de guerra y lesa humanidad.

 

Y, como si fuera poco, las disidencias de las Farc ya superan el millar de combatientes. La Fiscalía ha advertido sobre maniobras de la guerrilla desmovilizada para no entregar su millonaria fortuna ilícita. Hay una racha de asesinatos de líderes sociales. Los cultivos ilícitos se triplicaron apenas tres años, llegando a 188.000 hectáreas, sobre todo en zonas en donde antes operaban las Farc, pues el territorio no fue consolidado por el Estado, razón por la cual el Eln, las disidencias y las bandas criminales tratan de apoderarse de ellos…

 

Como se ve, el “efecto Nobel” no ha sido determinante para que un año después de recibido el galardón el acuerdo de paz tenga un alto porcentaje de cumplimiento o aplicabilidad.

 

¿Actor externo?

 

Queda un último interrogante ¿Si el “efecto Nobel” no ayudó a superar la polarización ni tampoco a que el acuerdo de paz se haya implementado rápida y eficazmente, si ha servido para mediar en otras situaciones de conflicto externo?

 

La verdad es que Santos como Premio Nobel de Paz vigente no ejerció en el último año ninguna labor internacional para mediar o realizar gestiones de buena voluntad en situaciones de conflictividad coyuntural o estructural, ya fuera en el continente americano o en otras latitudes del mundo. Ni siquiera pudo mediar en el caso venezolano, en donde es visto no como un mandatario neutral, sino que es clara y absolutamente opositor del régimen cuasi dictatorial de Nicolás Maduro.

 

Por lo mismo hay analistas que consideran que Santos recibió el Nobel pero no ejerció como tal, salvo en lo relativo a las gestiones de su propio proceso de paz, pero sin ninguna maniobra a nivel externo sobre otra clase de problemáticas o conflictos.

 

¿Entonces?

 

Analizado todo este panorama, la última pregunta a formular sería: ¿Desaprovechó Santos su año como Nobel de Paz?

 

No es fácil responder ese interrogante. Es claro que el galardón, por sí solo, no iba a destrabar la complejidad intrínseca de un proceso de paz tan difícil como el adelantando con las Farc. También es claro que tampoco ha logrado acelerar sustancialmente las tratativas con el Eln, que hoy se encuentran en crisis y con el equipo negociador gubernamental renunciado.

 

Sin embargo, cuando un año atrás, aquel 10 de diciembre, el propio Santos prometió que Colombia ahora sí superaría un conflicto de 50 años, muchos pensaban que el Nobel sería un plus adicional para acelerar y facilitar la implementación del pacto, sobre todo porque ya había logrado renegociarlo en La Habana y refrendarlo en el Congreso, todo contra viento y marea.

 

Hoy, un año después, bien podría concluirse que el “efecto Nobel” tuvo poco efecto en materia de paz estable y duradera.

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