Siria y las potencias | El Nuevo Siglo
Sábado, 10 de Diciembre de 2016

Los vínculos de Siria con Rusia son muy antiguos, puesto que en la religión ortodoxa el Zar jugaba papel estelar e incluso en las casas de los cristianos ortodoxos del Oriente Medio, su foto presidia el salón principal.

Ya en la época del comunismo en Rusia, la Unión Soviética, dentro de los esquemas de la Guerra Fría, construyó una base naval en Tartus para defender sus intereses en la zona y contar con un enclave fundamental en la región. Hace pocos años, cuando estalla la famosa “Primavera árabe” en Túnez y se extienden el caos y la violencia como aceite hirviendo por los países vecinos, Estados Unidos consideró que era el momento propicio para favorecer la implantación de la democracia en África y Asia. Así que rompe con sus antiguos aliados y dictadores regionales, para favorecer a los rebeldes e incluso a estos se les facilitan armas. Una riesgosa aventura que resultaría desastrosa pese a que su objetivo era derrumbar los regímenes autocráticos de distinta especie y favorecer el surgimiento de la democracia.

En medio de esta movida geopolítica, Washington pierde a varios de sus aliados pues se muestra dispuesto a favorecer los partidos que se muevan dentro de los parámetros occidentales de elecciones libres para escoger a sus gobernantes.

El problema es que esas facciones rebeldes armadas y sublevadas que inicialmente parecían proclives a la democracia, desembocaron en una situación imprevista y sorprendente: los arsenales fueron a parar a manos de enemigos declarados de Estados Unidos en distintos países. Aún hoy los cuerpos de inteligencia norteamericana intentan esclarecer qué pasó en cada caso.

El caso de Siria es bastante particular. Estados Unidos lleva algún tiempo pidiendo la cabeza de Bashar Al-Asad, el jefe de Estado de esa atribulada nación. Incluso en un momento dato se daba por descontada su inminente y estrepitosa caída a manos de las facciones rebeldes y luego de las tropas yihadistas radicales del ‘Estado Islámico’. Con el fin de la Guerra Fría tiempo atrás y el replanteamiento de un nuevo orden mundial, en las capitales de Occidente se pensaba que los tiempos de las alianzas con el ‘eje del mal’ habían pasado. Pero no contaba Washington y Europa con los nervios crispados en cúpula oficial de Moscú, en donde se consideraba la expansión de la Otan a las fronteras rusas  como una grave agresión, lo mismo que un ataque a sus intereses el intentar derrocar un gobierno clave, como el sirio, en su geopolítica para el Mediterráneo.

Así que Putin se jugó el todo por el todo y advirtió de manera tajante que no permitiría que derrocaran a Bashar  Al-Ásad. Desestabilizar a los gobiernos de la región le parece peligroso a Rusia, que teme que la revuelta se extienda a otros  países amigos y, finalmente, al Cáucaso. Al mismo tiempo declaró que no estaba dispuesta a perder la base militar en Siria.

Es precisamente por ese pulso geopolítico entre Washington y Moscú que los intentos de Occidente por conseguir sancionar a Siria en la ONU, debido a la cruenta guerra contra los rebeldes, fracasan por cuenta del veto de Rusia y China.

En esos momentos cruciales Rusia tenía sus arcas rebosantes de divisas por cuenta de las ventas de petróleo, pese a que, en parte, la política de Washington de explotar su crudo y autoabastecerse más barato, tiene que ver con el objetivo de debilitar las finanzas de Moscú y naciones clave de la OPEP.

Pero esas estrategias no han podido conseguir detener la expansión rusa, que tiene un potencial militar que en cuestión de horas puede movilizar y producir efectos determinantes en su zona de influencia, como ocurrió con la Crimea ucraniana. En cierta forma la política de Washington en Siria, en contra del régimen de Al-Asad es una respuesta a la expansión soviética en Ucrania. 

La necesidad de frenar al ‘Estado islámico’ en Siria e Irak, tras la escalada de ataques terroristas en Europa y el propio territorio norteamericano, llevó a que ambas potencias tuvieran que acordar una acción conjunta, o al menos coordinada, en esas dos naciones, especialmente en la primera. Una acción que ha tenido muchos altibajos y desconfianzas de lado y lado, pues es claro que además de atacar al yihadismo, Washington y Moscú tienen distintos intereses frente a la permanencia del régimen sirio.

Ahora, con la ofensiva final contra el ‘Estado islámico’ en Alepo, ciudad que quedó semidestruida y con una crisis humanitaria sin precedentes, es claro que sale fortalecido el régimen de Al-Asad. El corredor humanitario que ofrece Rusia en la ciudad arrasada para que salgan los civiles, la consolida como el factor geopolítico predominante en la región, poniendo en duda la estrategia internacional del gobierno Obama y justo antes de que Donald Trump asuma la Casa Blanca.