¿Qué esperar después de Mosul y Raqqa? | El Nuevo Siglo
Foto archivo Agence France Press
Domingo, 4 de Diciembre de 2016
Oscar Palma

Hace varias semanas se inició lo que prometía ser una de las campañas militares más significativas de los últimos años en el Medio Oriente. El vertiginoso crecimiento del Estado Islámico en Irak y Siria (ISIS), también denominado Estado Islámico en Irak y el Levante (ISIL), despertó la preocupación de las naciones, tanto occidentales como musulmanas.

El fracaso de la construcción de un estado central en Irak, y la virtual desaparición del Estado sirio desde la primavera árabe, permitieron que un actor armado no estatal, considerado como una organización terrorista a nivel global, y alzando las banderas del salafismo y el yijadismo violento, dominara un territorio del tamaño de Bélgica.

Las campañas contra los fortines de ISIS, Mosul en Irak y Raqqa en Siria, pretenden darle una estocada final al auto-proclamado Califato de Abu Bakr al Baghdadi. La expectativa por estas campañas es alta, pero ¿Acabará esto con el Estado Islámico como lo conocemos? ¿Terminará el fenómeno de los yihadistas violentos? ¿Finalizará esa ‘guerra contra el terror’ iniciada con los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos?

La respuesta la podemos encontrar al entender las formas como se estructuran las organizaciones yihadistas globales violentas, y el pasado nos ofrece un excelente ejemplo de lo que puede ocurrir después de Mosul y Raqqa.

La idea de una guerra contra el terror, formulada en el 2001 por George W. Bush, era precisamente acabar con la organización que atacó a Estados Unidos en su propio suelo. La campaña de Afganistán fue exitosa en desarticular las redes que conformaban el corazón de Al Qaeda, debilitando el centro de la organización. La muerte de Osama Bin Laden, sin duda fue un golpe de opinión considerable. Pero ¿hasta qué punto estas estrategias llevaron al fin de Al Qaeda?

La organización de Bin Laden no fue destruida con la campaña de Afganistán y Paquistán. Es verdad que su centro se debilitó, y que el liderazgo de Ayman al Zawahiri, quien reemplazó a Osama, no motiva a sus seguidores. Pero la idea de una guerra contra los poderes occidentales, el militantismo que acompaña esta misión, y las hordas de ciudadanos dispuestas a realizar esta lucha, no se frenó.

La apertura de un teatro de guerra en Irak fue la motivación perfecta para que más personas se sumaran a la lucha en contra de los poderes occidentales. El debilitamiento del corazón de Al Qaeda impactó en el crecimiento de sus filiales en otras regiones del mundo. Al Qaeda en el Magreb Islámico, Al Qaeda en la Península Arábiga y Al Qaeda en Iraq aparecieron más activas y violentas. El Estado Islámico es consecuencia directa de la aparición de Al Qaeda en Iraq. Esta filial evolucionó para convertirse en lo que hemos visto hoy como la organización terrorista más rica y poderosa del mundo.

La guerra contra el terror logró diezmar el corazón de Al Qaeda, pero la consecuencia fue la redistribución geográfica de los militantes y yihadistas. En vez de constituirse como una organización jerárquica, con protocolos rígidos y procedimientos establecidos, las estructuras del movimiento eran más bien flexibles, abiertas, descentralizadas y autónomas. De ahí que autores como Jason Burke prefieran hablar de una ideología, Qaedismo, que de un actor como tal. Si bien las grandes ofensivas militares han logrado debilitar a Al Qaeda, el Qaedismo sigue convenciendo a más personas en todos los países musulmanes.

Este es el marco bajo el cual se debe analizar el momento que vive actualmente el Estado Islámico. De cierta forma este actor tiene cualidades de estado, de organización jerárquica militarizada, y de movimiento transnacional en red. La ofensiva militar está claramente dirigida hacia la confrontación de sus capacidades como estado y hasta cierto punto como jerarquía militar, pero no tanto a su realidad como movimiento transnacional descentralizado formado alrededor de una ideología que motiva a miles de personas de diferentes contextos y regiones.

Las campañas militares contra Mosul y una próxima en Raqqa están centradas en la idea de territorialidad. Liberar el espacio que ha sido conquistado por el enemigo y derrotar las estructuras militares. Pero capturar o dar de baja al total de los simpatizantes del movimiento es una tarea casi imposible, y no depende de acciones militares en tierra.

Si bien la ofensiva puede debilitar al Estado Islámico, como lo conocemos en este momento, sería irrisorio pensar que los militantes y simpatizantes regresarán a sus casas convencidos de que han sido derrotados. Muy seguramente buscarán nuevos escenarios, tal vez de la mano de organizaciones ya existentes o a través de la creación de algunas nuevas.

Aparecen aquí teatros como Yemen, Libia, Nigeria, Somalia, Siria y por supuesto aun Afganistán. Pero no es descartable un escenario de más acciones de terrorismo en países occidentales. Así como la guerra contra el terror no logró destruir a Al Qaeda como movimiento transnacional, es probable que las ofensivas en Mosul y Raqqa, y en general una campaña militar en contra del Estado Islámico, tampoco logre acabar con la ideología y el movimiento de yihadistas globales. Es posible que la naturaleza descentralizada de estas redes nos lleve a nuevos escenarios territoriales de confrontación.

La solución debe pasar por la creación de discursos, narrativas e ideas, surgidas desde lo local, que contrasten con las convicciones globalizadoras del qaedismo, sin querer afirmar que esto agote las perspectivas de solución. Esto tipo de aproximaciones, por supuesto, toma años de construcción, es difícil de medir, y tiene costos exorbitados, pero serán necesarios en algún momento.

(*) Profesor de la Facultad de Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.