La Navidad y la sociedad atribulada | El Nuevo Siglo
Sábado, 24 de Diciembre de 2016

Al conmemorar la Navidad, los cristianos del orbe, nos sentimos más identificados que nunca con la noción de la familia  forjada en valores eternos que  heredamos de María y José, cuando en una aldea olvidada de una esquina del Imperio Romano en el Medio Oriente  y en un humilde pesebrera, traen al mundo a Jesús, redentor de la humanidad. Ese portentoso hecho nos conmueve y nos hace reflexionar sobre tan notable acontecimiento que influye de manera decisiva y rotunda en la civilización. Hasta entonces casi todos los credos se centraban en anatemizar al otro, en desconceptuar al resto de religiones y aplicar la dura ley del talión de ojo por ojo y diente por diente.  El cristianismo, que  Jesucristo, propaga por el verbo con su ejemplo y sacrifico nos invita a reflexionar con fundamento en valores que rescatan la dignidad humana, en tiempos en los cuales la esclavitud era algo normal como consecuencia de la guerra o la compra de esclavos en los mercados públicos, tal como si se tratara de ganado. Nos invita a perdonar, puesto que Jesucristo perdona a quienes lo ofenden. Nos concita a rezar por cuanto la oración nos hará libres.

El mensaje de Jesucristo, expresado en circunstancias de elemental convivencia con la comunidad de Jerusalén, entre las gentes humildes que lo rodeaban, plantea la redención y la salvación. Que en tiempos navideños cobran mayor significado por cuanto la familita tiende al recogimiento, el compartir el pan y la reflexión sobre el significado de la vida y sacrificio del mismo Jesucristo, como ejemplo para las generaciones sucesivas. A las que le promete misericordia y el perdón de los pecados, en cuanto se arrepientan de sus culpas y entiendan que con cumplir la doctrina cristiana se redimen. La profundidad de las enseñanzas del Redentor consigue que los humildes le sigan y bajo su prédica se conviertan a su Iglesia. Es maravilloso que el mensaje de Jesús se trasmita de unos a otros, hasta conmover a la clase dirigente del Imperio Romano. Es verdad que lo sacrifican, crucifican y estigmatizan, que los paganos no entiendan que es el hijo de Dios, que rechacen su prédica de reivindicar a los humildes e invitarlos a entrar al final de sus días al cielo.

Nos conduele el corazón rememorar los maltratos que sufrió Jesús por exponer su credo humanitario de reivindicar al hombre, de volverlo portador de ideales superiores e inconmovibles, que dan origen a la civilización cristiana. Al mismo tiempo que sorprende observar cómo su credo se extiende por el Imperio Romano y por el orbe, puesto que en Roma, tiempo después de su terrible sacrificio, la nobleza que despreciaba a los cristianos y sostenía que su religión era la de los esclavos, entra a valorar sus principios, hasta que abandonan el paganismo para aceptar y defender la religión cristiana y sus dogmas.

No cabe duda de que no existe doctrina religiosa que pueda competir con el ecumenismo cristiano, fundada en el amor al prójimo, ni que haya conseguido a tal punto transformar al hombre y alzarlo a un ideal superior, que contempla, entre otras cosas, la posibilidad del sacrificio por seguir las enseñanzas del cristianismo.  La Iglesia enseñó que el hombre estaba forjado a semejanza de Cristo, por lo tanto podía llegar mediante la oración y una vida ejemplar a forjar una sociedad casi perfecta, con fundamento en la moral y la bondad.

Hoy conmemoramos estos hechos memorables de la historia del cristianismo en medio del horror de la guerra y el terror en el mundo, de pavorosas tragedias y de crímenes atroces en nuestro suelo que desgarran el espíritu y nos atormentan. Pero hay la profunda convicción de que el cristianismo puede salvarnos, de que es el mayor antídoto contra la barbarie, contra la injusticia, contra el crimen, la codicia y el egoísmo de las gentes. En Colombia la Iglesia, los sacerdotes que están en las zonas de la periferia han sido el único consuelo que han tenido las víctimas de la violencia. Esa Iglesia pacífica y bondadosa, que trabaja por mejorar la condición humana y espiritual del hombre, está más viva que nunca.