La hora del Nobel | El Nuevo Siglo
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Domingo, 4 de Diciembre de 2016

La próxima semana el presidente Juan Manuel Santos arrancará la gira por Europa, en la cual recibirá el Premio Nobel de Paz, en Oslo.

El hecho más sobresaliente de las ceremonias correspondientes a otros nobeles ha sido la negativa a presentarse ante la Academia sueca, para recibir el galardón, del cantautor Bob Dylan, al que se le otorgó el de Literatura. Se excusó de ir por tener compromisos anteriores y frente a ello se recuerda la misma actitud del genio del cine, Woody Allen, frente a los Premios Oscar.

En el caso de Santos, el Nobel es otorgado por la Academia noruega, diferente a la original, que es la Academia sueca, que otorga los premios de Física, Medicina, Química y Economía, además del más preciado de todos, que ciertamente es el de Literatura.

De hecho, la selección de Dylan como Premio Nobel de Literatura ha despertado todo tipo de controversias mundiales. Siendo una de las grandes figuras del rock y el pop, desde hace 50 años, nunca la Academia había dado el galardón a un cantautor. En esta ocasión justificó la escogencia por la poesía de las canciones de Dylan. Los nostálgicos de los años 60 han publicado múltiples artículos frente a la decisión, pero también mucha gente que lo ha disfrutado y reconocido como una de las grandes figuras de la música moderna, lo han exaltado como compositor y cantante, pero no como literato. 

En todo caso él, asumiendo una especie de punto intermedio, aceptó el premio aunque no irá a recibirlo personalmente. Es la primera vez que ello ocurre, por cuanto los pocos que no habían podido asistir al evento lo hicieron por razones de salud y otras causas fortuitas. Fuere lo que sea, la Academia sueca reconoció su poesía como una manifestación de lo que se llama el “Estados Unidos profundo”, es decir aquel alejado de las más grandes urbes y donde están sus raíces originales. Por decirlo de algún modo, es el mismo Estados Unidos que votó por Donald Trump en la polémica campaña norteamericana.

El de Santos

El Nobel de Santos, en cambio, no causó la sorpresa que el de Dylan. Primero, desde luego, porque ambos galardones no son equiparables, ni por su contenido, ni por su alcance. Segundo, porque Santos ya había sido mencionado en años anteriores como candidato, en conjunto con ‘Timoleón Jiménez, alias ‘Timochenko’, el jefe de las Farc, aunque en esa ocasión, 2015, ganaron los tunecinos. Y tercero, porque el proceso de paz con la guerrilla colombiana había tenido, durante largo transcurso, a Noruega como país garante, por lo cual había un nexo que predeterminaba la candidatura.

Otra coincidencia se dio en el hecho de que tanto en la firma del Acuerdo Final de Paz en La Habana, como la ratificación luego al más alto nivel en Cartagena, en este año, se dieron cerca a las fechas para seleccionar a los candidatos al Premio Nobel de la Paz. De suyo, el plebiscito fue citado para el 2 de octubre, justo unas semanas antes del evento para escoger al galardonado, bajo todos los pronósticos de un triunfo arrasador del Sí. Eso se daba por descontado, en un diferencial del 30 por ciento en las encuestas, y los medios de comunicación así lo publicitaban en paralelo, bajo una gigantesca campaña promocional oficial. De modo que el Nobel de Paz parecía un hecho insoslayable coronado con el plebiscito a favor. 

La sorpresa fue mayúscula, cuando ganó el No, contra absolutamente todos los pronósticos. Se produjo entonces un inmediato intento de conversación entre ambas partes plebiscitarias, y estando en esas la Academia noruega anunció el Premio Nobel de Paz para el presidente Juan Manuel Santos, sin ‘Timochenko’, como un esfuerzo de unión entre todos los colombianos para conseguir la paz y respaldar a las víctimas, entre ellas las de las Farc.

Así rezó el anunció: “…El hecho de que la mayoría de los electores hayan dicho No al acuerdo de paz no implica forzosamente que el proceso de paz esté muerto… El Comité del Nobel destaca lo importante de la invitación que hizo el presidente Santos a todas las partes para participar en un amplio diálogo nacional, para hacer avanzar el proceso de paz. Incluso quienes se opusieron al acuerdo celebraron que haya este diálogo… Encontrar el equilibrio entre la necesidad de que haya una reconciliación nacional y la justicia para las víctimas va a ser un ejercicio particularmente difícil”. 

El diálogo nacional

Sobre esa base, se generaba un espacio de varias semanas, para un nuevo acuerdo, hasta el 10 de diciembre, fecha de entrega del Nobel de Paz. 

Ambas partes plebiscitarias hicieron, entonces, las aproximaciones anunciadas. Los sectores más caracterizados del No presentaron unas propuestas al Gobierno para que este las renegociara con las Farc, de acuerdo con la sentencia de la Corte Constitucional. Mientras el proceso con esa guerrilla duró 35 ciclos de negociación a lo largo de cuatro años, la consideración de las propuestas del No, después del plebiscito, solo tuvo una sesión de pocos días. Al término de ella, el Gobierno anunció que todo estaba cerrado y clausurado, sin posibilidades de modificación, y sin reuniones con el No antes del anuncio. De hecho, el país fue tomado por sorpresa, en medio de un puente festivo, y se quebró el consenso político entre las dos fuerzas plebiscitarias en menos de un mes. 

La delegación gubernamental, como el Presidente y las Farc, dijeron que habían acogido algunos cambios. Y hasta ahí llegó el ejercicio en un solo ciclo de renegociación. 

Lo que pudo, pues, haberse convertido en una gran plataforma concertada para la paz, terminó de nuevo repolarizando al país. La misma Academia noruega había dicho que no iba a ser fácil el nuevo escenario de renegociación, pero otorgó el Premio sobre la base de que sería bueno para Colombia alcanzar la reconciliación consensuada. 

Sustitución de voluntad popular

Entonces se hizo notar que el nuevo acuerdo, como el de Cartagena, tenía que ser firmado al más alto nivel posible, no solamente entre los dos jefes de las delegaciones gubernamental y guerrillera. Se trajo luego a las Farc a Bogotá y el Presidente firmó con ‘Timochenko’ el pacto renegociado, sin la presencia de los sectores del No. En un acto más bien de trámite que hizo contraste con las delegaciones internacionales y la celebración de Cartagena. En efecto, tras la firma del llamado Acuerdo del Teatro Colón no hubo algarabía alguna en las calles ni ninguna manifestación popular.

Al Acuerdo, inclusive, hubo de incorporársele una fe de erratas para enmendar un embuchado contra la Fuerza Pública colombiana que alguien había metido en la precipitada renegociación en La Habana, y de la que nadie se declaró responsable, pese a ser uno de los temas corazón del pacto. Ello había merecido el aplauso de Human Rights Watch al presidente Santos que, con la rectificación, reversó de inmediato. 

La fe de erratas consta de al menos siete párrafos, incluidos otros temas de los que nadie se dio cuenta.  

Cumplido ese evento, se pasó a lo que el Gobierno parecía tener decidido de antemano, desde que había perdido el plebiscito. La sustitución de cualquier tipo de refrendación popular por el pupitrazo de una proposición en el Congreso como reemplazo de la voluntad del pueblo.

La coalición gubernamental, que siempre ha rondado las mayorías holgadas en materias de paz e incluso en otros menesteres, aplicó la misma fórmula de siempre y votó la proposición. De antemano nunca se pudo explicar a conciencia, ni siquiera sobre la base de una consulta no obligatoria a la Sala respectiva del Consejo de Estado, dónde se soportaba el principio de legalidad para ello. Inclusive, una de las palabras más escuchadas en las expeditivas sesiones de Cámara y Senado, que sólo se tomaron un día para estudiar la materia, fue “prevaricato”. Es decir, al tenor del artículo 6 de la Constitución, la extralimitación de funciones por parte de los congresistas. 

Al mismo tiempo, el Gobierno venía insistiendo, a través de una intempestiva carta de un asesor y exministro de Justicia gubernamental, que la Corte Constitucional tumbara la vigencia de la ley constitucional para reducir al Congreso a notario del desarrollo de las normas propias del Acuerdo del Colón.

Al salir negativo el resultado del plebiscito, esa posibilidad quedó suspendida por cuanto la ley obliga a que no pudiera ponerse en práctica sin la refrendación popular positiva. Como esto último no ocurrió, el Gobierno ha intentado que se tumbe esa cláusula y se dejen los otros cuatro artículos iguales, aunque el contenido de ellos ha sido tildado por varios juristas de sustitución de la Constitución.

El viernes pasado, la plenaria de la Corte Constitucional prefirió abstenerse de votar la ponencia, que deja intacta la vigencia vinculada con el resultado del plebiscito. Solo tomará la decisión el 12 de diciembre, después de entregado el Nobel de la Paz. La discusión al interior de la corporación ha sido ardua por cuanto desconocer el resultado del plebiscito, por la más alta corporación en materia constitucional de Colombia, sería una carga difícil de sobrellevar.

Seguramente se espera también que la entrega formal del Nobel les permita un margen de acción ante la opinión pública. Aun así, la misma Corte Constitucional emitió una sentencia, cuando autorizó el plebiscito, en la que hizo hincapié en la transparencia como elemento fundamental de la legitimidad democrática. Y todavía más extraño sería que los togados fueran a tomar una determinación en contra de la ponencia de la presidenta del alto tribunal.

El acto del sábado

En tanto, el presidente Santos prepara esta semana la gira que lo llevará por Europa, con escala en la Academia noruega, en Oslo, el próximo sábado, donde recibirá el Nobel por sus esfuerzos en sacar avante el proceso con las Farc. También tendrá audiencia con su santidad Francisco en el Vaticano. 

Santos, a su vez, es el segundo presidente latinoamericano en recibir el Nobel de Paz en ejercicio de sus funciones. Así ocurrió con el mandatario costarricense Oscar Arias, quien obtuvo el galardón a los 47 años, en 1987. 

Al lado de ellos hay otros latinoamericanos como Carlos Saavedra, Adolfo Pérez Esquivel, Alfonso García y Rigoberta Menchú, que también lo recibieron.

La entrega del Premio Nobel se produce, pues, en medio de la polarización nacional. Pero además de ello, en la mitad de un arduo debate por una reforma tributaria que se tramita bajo la coyuntura del preocupante declive económico que vive el país, así como de fuertes tensiones sociales por el asesinato permanente de abogados de procesos de restitución de tierras y recientemente de líderes sociales en distintas regiones. Al mismo tiempo, la otra guerrilla, la del Eln, viene en una escalada de sus acciones militares y mantiene secuestrado al exparlamentario Odín Sánchez, cuya liberación está supeditada a la excarcelación de dos guerrilleros de alto rango, suspendiendo ese rifirrafe las negociaciones hasta el próximo año, frente a lo que se presupuestaba, hace un par de meses, un trámite inmediato.

Ha dicho, en todo caso, el Presidente que este es un premio para Colombia y en particular para las víctimas. En el entretanto, las Farc comenzaron a pasar de las zonas de preconcentración a las de localización. Aparentemente algunos de los voceros de esta organización en trance de desactivación podrían viajar a Oslo, por cuanto, como se dijo, en un momento fueron candidatizados conjuntamente con Santos para el Nobel. No sería extraño, pues esta semana ambas delegaciones de las conversaciones de La Habana recibieron el Premio Nacional de Paz, que es otorgado por algunos medios de comunicación y organizaciones internacionales.

Seguramente en el discurso de Santos el próximo sábado habrá referencias al también nobel Gabriel García Márquez, sobre su obra universal “Cien años de soledad”, para salir Colombia de la violencia y que las siguientes generaciones puedan tener una segunda oportunidad sobre la tierra.